Elogio (relativo) de la brevedad

Escribir columnas no es un placer inigualable, ni indescriptible, pero sí una tarea gratificante. No hay que sudar la gota gorda para componerlas, aunque la pantalla en blanco es con frecuencia un fastidio y una situación embarazosa de la que uno no sabe muy bien como salir. Lo malo, claro, no es tanto tener en blanco la pantalla cuanto la mente, pero, aun así, uno puede tener una idea más o menos buena para redactar un artículo y que después no le combinen bien las palabras.

Escribir no es otra cosa que bailar con ellas, con las palabras, y hay ocasiones en que el escribidor está inspirado y las expresiones se mueven como en una fiesta y otras que se pisan los pies unas a otras, se apretujan las letras, y no hay manera de conformar una columna con cierta chispa. A mí me gusta escribir columnas, pero me gusta más leerlas, especialmente las de los grandes de este oficio, que no tienen porque ser novelistas o ensayistas de relieve, pero que cultivan con primor este género pequeño, esta zarzuela literaria. Una vez le pregunté a mi amigo Antonio Puente, que es un superdotado en la cosa de darle ritmo a las frases, que si le gustaba escribir y me contestó: “A mí no me gusta escribir, a mí me gusta haber escrito”. Pues eso.

El caso es que otra amiga mía, Pilar Pineda, a la que he sacado en estos artículos varias veces y que escribe columnas y las lee con mucho criterio, me hizo una observación después del último artículo sobre el bosque de la escritura. Fue un apunte muy breve. Se limitó a preguntarme: “¿Y un poquito más corto?”. Y será porque yo estaba predispuesto o, porque Pilar sabe tocar en cada momento la tecla adecuada, que me dije: ¡eureka!, voy a escribir artículos más breves, que los tiempos no están para derroches de prosa y los lectores son muy fatigables.

Diré, con todo, que comparto y no comparto el famoso aforismo de Gracián según el cual lo bueno, si breve, dos veces bueno. Según y cómo. Desde luego, si de un aforismo se trata, estoy con Gracián, y adecuada muestra es el suyo, bueno y breve. Un aforismo de doscientas páginas merecería cuando menos otro nombre. También me gustan los sonetos breves, sin extremar la brevedad. Breves como de catorce versos. Si de atletismo hablamos, las carreras de cien metros ganan en intensidad, emoción y belleza cuando son breves, o rápidas, que ambos términos pueden caber aquí. Una prueba de cien metros que tardara en disputarse cinco minutos rompería los cánones y los nervios de cualquiera. Sin embargo, una maratón corrida en un breve período de tiempo, pongamos un cuarto de hora, ¿en qué cabeza cabe? Breve es un orgasmo, siempre que no se recurra a las técnicas del tantra, que cualquiera sabe. Breve, el descorche de una botella de champán. Breve es la palabra breve, aunque no más breve que la palabra larga, puesto que ambas tienen cinco letras y dos sílabas. De modo que vayamos despidiendo a Gracián y su elogio de la brevedad y quedémonos con Einstein y su descubrimiento de que todo es relativo.

ORIGINAL EN elobrero.es

Juan Antonio Tirado, malagueño de la cosecha del 61, escribe en los periódicos desde antes de alcanzar la mayoría de edad, pero su vida profesional ha estado ligada especialmente a la radio y la televisión: primero en Radiocadena Española en Valladolid, y luego en Radio Nacional en Madrid. Desde 1998 forma parte de la plantilla de periodistas del programa de TVE “Informe Semanal”. Es autor de los libros “Lo tuyo no tiene nombre”, “Las noticias en el espejo” y “Siete caras de la Transición”. Aparte de la literatura, su afición más confesable es también una pasión: el Atlético de Madrid.