El virgo de los emergentes. Fernando González

Háganme caso señores: no es posible acostarse cada noche con la política y levantarse virgen a la mañana siguiente. El celibato se entiende como un compromiso íntimo y personal con la abstinencia, pero nunca se estableció como condición inexcusable en los estatutos de ningún partido. Es más, todos sabemos que el roce político termina por meter en la misma cama a los contrincantes más encarnizados y que los extremos acaban por tocarse. Los máximos dirigentes de las nuevas formaciones, cubiertos aún con el manto de la pureza inmaculada, no están dispuestos a participar en los cortejos amorosos que reclaman su atención. Cuando pase el tiempo que ellos mismos se han marcado, no tendrán más remedio que superar la timidez impostada de su pubertad estratégica y definirse en público y en privado. Mientras tanto, no parece muy saludable que conviertan a sus representantes electos en eunucos circunstanciales, amputándoles la capacidad de mantener relaciones satisfactorias en la alcoba del poder.

Ciudadanos y Podemos pretenden mantenerse castos hasta que se celebren las próximas generales y con esa actitud estudiada se enfrentan a la coyuntura actual. El verbo de la virginidad se ha hecho carne en sus agrupaciones locales y todos los suyos obedecen sin rechistar. ¡Ay de aquel que peque pactando con el contrario! El bloqueo institucional que ambos partidos imponen en Andalucía es una buena prueba de todo lo relatado. Susana Díaz logró una mayoría amplia de 47 escaños, insuficientes sin embargo para investirse como presidenta en una primera votación. Nadie pensaba entonces que la aritmética parlamentaria se convertiría en un laberinto endiablado. Ninguno de sus contrincantes, solos o en compañía de otros, podía presentarse como alternativa viable a la candidatura de Díaz.

Al Partido Popular, derrotado estrepitosamente en las urnas no le llegaba con el suplemento de Ciudadanos y solo una alianza de toda la oposición, tan impensable como imposible, sumaría los apoyos suficientes para ocupar el Palacio de San Telmo. Solo ella reunía los requisitos imprescindibles para superar el trámite y formar gobierno. No pueden gobernar y no permiten, por el momento, que lo haga la fuerza que ganó los comicios autonómicos. Los populares han olvidado sus compromisos previos y ahora cierran el tránsito a la lista más votada. Los emergentes virginales piensan que abstenerse es algo así como dejarse meter mano y evitan el pecado. Y ahí sigue nuestra desconsolada Susana Díaz, ejerciendo de interina más de lo previsto, agotando los plazos legales, con el decreto de una nueva convocatoria electoral guardada en la recamara, esperando que las próximas elecciones municipales y autonómicas rompan el pacto del no y alguno de los conjurados le abra una puerta de emergencia.

Las encuestas nos dicen que muy pronto se repetirá el caso andaluz en otros territorios de las Españas y en buena parte de los municipios más populosos, anticipándonos también que muchas carreras políticas dependerán de la voluntad negociadora de aquellos que debuten en las instituciones renovadas. Colocados por sus votantes a los pies del tálamo nupcial, ¿se negarán Podemos y Ciudadanos a consumar la coyunta obligada del pacto? ¿Seguirán intocables y puros hasta que aterricen en el Congreso de los Diputados? De ser así, se pasarán por la entrepierna la gobernabilidad de los organismos públicos más cercanos al ciudadano. Mientras llega la hora de los compromisos obligados, los novísimos siguen a lo suyo, ocultos en el armario, sin que sepamos si son carne o pescado, acumulando propuestas por centenares, picoteando argumentos de aquí y de allá, ofreciéndose a los de arriba,  a los de abajo y a los del medio, sustituyendo sus principios por otros nuevos, cambiando de aspecto según transcurren los meses en el calendario. Nunca tantas expectativas dependieron de un virgo emergente.