EL TSUNAMI REACCIONARIO

Al terremoto financiero que resquebrajó los cimientos del sistema bancario mundial, le han sucedido varias réplicas, como la crisis económica de la Eurozona, la pujanza del Estado Islámico, la guerra en Siria o la hecatombe de los refugiados. La suma de todos estos desastres ha desembocado en un tsunami reaccionario de dimensiones planetarias.

A la presidencia de la primera potencia mundial puede llegar un individuo (Donald Trump) de difícil clasificación, pero que cimienta su ascenso político en las mismas variables que auparon al fascismo europeo en los años treinta del pasado siglo: crisis económica, desclasamiento de clase obrera y media, promesas de recuperación inmediata y enemigo exterior que amenaza la estabilidad y la identidad de la nación: los judíos son reemplazados por los latinos, especialmente los mejicanos. Como Hitler, Trump fue tomado al principio como una anécdota grotesca, pero sus posibilidades de alcanzar la presidencia son cada día mayores. Sus apoyos no son precisamente el poder económico de Wall Street o las élites conservadoras; el apoyo a este peculiar e inquietante personaje, viene de los desfavorecidos por la crisis económica que ha golpeado con dureza a diversos sectores industriales de la economía norteamericana, como el del automóvil, y a los amenazados por la globalización. En definitiva, trabajadores que podría pensarse que se decantarían por una opción progresista o de «izquierdas», pero que optan por una alternativa reaccionaria, defensiva y de desasosiego ante lo incierto del futuro inmediato. Tal vez Trump no haya leído nada de Hitler, pero sigue su consejo: «no hay que abordar a la masa con argumentos, pruebas, erudición, sino con sentimientos y creencias» (W.Reich: La psicología de masas del fascismo).

La Unión Europea enzarzada en una orientación económica equivocada (la austeridad, cueste lo que cueste) se ha visto golpeada por el Brexit y la oleada de refugiados. El liderazgo menguante de Alemania y Francia se ha percibido con toda su crudeza en la cumbre celebrada en Bratislava: los políticos conservadores y reaccionarios (de Polonia, Hungría o Eslovenia) se han salido con la suya al hacer triunfar la «seguridad» frente a la «solidaridad» en la cuestión de los refugiados. En Alemania y en Francia los movimientos reaccionarios están cosechando progresos electorales que precipitan la revisión a la baja, y de forma drástica, de los acuerdos sobre la recepción de los refugiados que a diario cruzan el Mediterráneo para llegar a la «tierra prometida» de Europa. Más que el peligro de desintegración de la UE es la evidencia, cada vez más palpable, de su irrelevancia en el tablero internacional.

La globalización económica, apoyada en la revolución informática, ha supuesto un desarme de derechos y protección para los asalariados que en algunos casos (Bangladesh, países del Golfo Pérsico o China) nos retrotraen a la semiesclavitud. En otros lugares se traduce en una temporalidad aberrante o en jornadas de trabajo en las que se cobra tan solo una parte. Pero la voracidad del anarcocapitalismo no se detiene: el tratado de libre comercio entre Europa y Estados Unidos, que ya ha generado numerosas protestas, pretende soslayar la autoridad de los estados para regirse por sus propias normas, poniendo en cuestión todo el acervo jurídico de la Unión Europea en materia de protección social, para beneficio de los intereses de unas empresas y conglomerados financieros que basan buena parte de sus éxitos en la elusión descarada  de sus obligaciones fiscales.

La revolución industrial, con su maquinismo, provocó la reacción airada de los trabajadores contra unos artilugios que suprimían sus puestos de trabajo. La revolución informática, por el contrario, estimula el entusiasmo de millones de usuarios que se complacen en desempeñar el papel de cajero de oficina bancaria o empleado de agencia de viajes, sin recibir ningún tipo de compensación económica, muy de acuerdo con la facilidad lúdica del sistema. Podría esperarse que el holocausto económico provocado por la crisis financiera, con millones de víctimas, habría de provocar un impulso reivindicativo, pero, por el momento, no parece que sea esa la vía de expresión de los afectados. La sociedad de consumo asimiló con éxito a la clase trabajadora con el Estado de Bienestar, vaciándola de todo  contenido «revolucionario». En la actual crisis económica y social el miedo y la inseguridad ante factores tan diferentes como la precariedad o el terrorismo hacen que la respuesta de buena parte de la población sea defensiva y reaccionaria. Ante una sociedad que se siente igual o más aludida por el divorcio de una pareja de cine que por la guerra de Siria o la crisis de los refugiados, es de temer que «Cuando se haya incurrido en todos los errores nos quedaremos con la última compañera al otro lado de la mesa: la nada» (B. Brecht: El recién llegado)