EL SUEÑO DEL PSOE
«Porque sé que los sueños se corrompen,/ he dejado los sueños»
(El insomnio de Jovellanos. Castillo de Bellver, 1 de abril de 1808. L .García Montero)
También el tipógrafo ferrolano Pablo Iglesias tuvo un sueño: fundar un partido político que pusiera fin a la explotación de la clase trabajadora y estableciera la igualdad, la libertad y la justicia bajo la inspiración del socialismo marxista. El sueño empezó a concretarse el 2 de mayo de 1879, en Madrid, con la puesta en marcha del PSOE, siguió con la presencia en el parlamento (1910) y continuó en estrecha relación con el sindicato hermano UGT, en reñida competencia con los anarquista de la CNT. En 1923 el «sueño» dio paso al pragmatismo, al colaborar con la política social desplegada por la dictadura del general Primo de Rivera. Y la ensoñación terminó en pesadilla con la II República y la Guerra Civil: desde el infantilismo revolucionario del sector de Largo Caballero―fatal para una República en guerra― hasta el apoyo de una figura tan destacada como la de Julián Besteiro al golpe del coronel Casado contra el agonizante gobierno del socialista Juan Negrín.
Arrojados por la borda los restos de la vieja guardia, el PSOE renovó su cúpula dirigente con la llegada del «clan de los andaluces» (González, Guerra, Chaves, etc.) en el Congreso de Suresnes (1974) y para materializar el «sueño» de transformar la sociedad española tras el franquismo, el Congreso extraordinario de septiembre de 1979 se deshizo del marxismo como guía orientadora―para eludir cualquier comparación con los regímenes dictatoriales del llamado «socialismo real» ― y se optó por la versión más suavizada de la socialdemocracia, con Alemania como ejemplo: cirugía de hierro para el sector industrial, liquidación de la banca pública y privatización de importantes empresas de propiedad estatal, con las contrapartidas de sustanciales aumentos en la protección social, educativa y sanitaria, así como grandes inversiones en infraestructuras.
Tras «la marcha triunfal» de la economía española protagonizada por los gobiernos de Aznar y Zapatero, basada en el ladrillo y la corrupción, la sociedad española ha despertado de una pesadilla que tiene colocado al país ante una crisis de dimensiones parecidas a las del 98 y en donde hasta su propia integridad territorial está cuestionada. Frente a esta situación, el PSOE se plantea una Conferencia («tormenta de ideas») donde sueña con volver a «conectar» con el electorado perdido. Pero los planteamientos axiológicos, los valores que se proponen, son harto genéricos: regeneración democrática, solidaridad, lucha por la igualdad y reformas constitucionales que pongan al día los cambios habidos en la sociedad. No obstante, se insiste en el término «socialista» sin que, hasta ahora, se haya desvelado que tipo de socialismo habría que poner en marcha para revitalizar una sociedad que tiene una estructura diferente a la vivida por el fundador Pablo Iglesia, pero que se siente igual de maltratada.
En Suresnes el PSOE aprobó una Declaración Política en la que se reconocía «el derecho de autodeterminación de todas las nacionalidades ibéricas». Ahora la que se plantea es la opción federal que, salvo algunos detalles y matices semánticos, pocas atribuciones más puede recibir de un Estado central que cada día ve recortadas sus competencias en favor de los órganos de decisión de la Unión Europea. Al día de hoy el «sueño» del PSOE es recuperar el electorado perdido para volver al poder, cosa nada fácil pues la ciudadanía ha vuelto la espalda a un equipo dirigente al que hace cómplice de desastres anteriores y le niega toda credibilidad. Sin embargo, la necesidad de cambio va de suyo. Tres capítulos fundamentales de la economía no decrecen y siguen desbocados: paro, deuda pública y déficit. Todo esto después de unas reformas y recortes que están más próximos a las directrices de una dictadura militar que a un régimen democrático. Para mayor abundamiento las previsiones a corto plazo, con independencia de los juegos verbales del Gobierno, no son nada halagüeñas.
En esta amarga hora, donde millones de ciudadanos engrosan las insoportables legiones del paro y no dan con la tantas veces anunciada salida del túnel de la crisis, son necesarios con las matizaciones que correspondan, los «sueños» e «ideas» para que deje de ser cierto lo apuntado por Manuel Azaña: «que los españoles no quieren o no saben ponerse de acuerdo para levantar por asenso común un Estado dentro del cual puedan vivir todos respetándose y respetándolo» (M.A.: «Causas de la guerra de España» ).