El sistema electoral tiene la culpa
Empecé a trabajar en el periodismo hace mucho, tanto que casi no me acuerdo. En 1977, cuándo se empezó a diseñar la Constitución, inicié los estudios en los primeros tiempos de la facultad. Son muchos años lo que han pasado y, no por sabio sino por viejo, he visto como los nacionalistas se iban apoderando de un país llamado España, traicionando todas las reglas y saltándose todos los límites, protegidos por la izquierda de forma inexplicable. La deslealtad institucional que vivimos es de tal magnitud, que no se cumple la ley. El propio gobierno, si no le gusta algo, lo cambia, aunque sea por detrás. ¿Qué se puede decir de un país en el que el Vicepresidente del gobierno se manifiesta en contra de las instituciones, apoya terroristas e ilegalidades y duda públicamente de la calidad democrática?
La raíz de todos los males es el sistema electoral, que potencia la existencia de gobierno débiles y manipulables. El voto nacionalista tiene un valor muy superior al resto ¿y donde nos lleva esta disfunción? A que políticos ambiciosos y sin escrúpulos, como estamos viendo, tiren su moral por tierra y “vendan su alma al diablo”, si es preciso, con el único objetivo de gobernar. Y en esas estamos.
La ley electoral tiene que impedir la formación de pequeños y múltiples grupos en el Congreso que desfiguran la representación popular. Mientras no se haga esa modificación en el sistema electoral, da igual quien gane las elecciones, la suma de esos restos que representan los nacionalismos e independentismos de unas y otras formas, siempre apoyarán al débil y se encargarán de formar gobiernos débiles, a los que podrán exprimir hasta llegar aquí, donde estamos. Sánchez es una marioneta en manos independentistas.
Es hora de afrontar una solución electoral apropiada. El voto nacionalista tiene que ser del mismo valor que el resto. Alemania ya lo hizo, después de la segunda guerra mundial, justo para evitar lo que está pasando en España: la dispersión y la formación de pequeños núcleos de poder que se apoderan de la legalidad en el parlamento y campan a sus anchas. El fracaso de la política de Weimar, que permitía estar en el Bundestag con la obtención de 60.000 votos, propició una dispersión de grupos políticos que evitaba gobiernos fuertes y sólidos y ese, precisamente, fue uno de los motivos que permitieron la llegada del tercer Reich. La reforma posterior a la segunda guerra mundial se basó en la experiencia negativa de permitir gobiernos débiles poniendo un filtro: ningún partido que no obtenga el 5% del voto nacional podrás estar en el parlamento.
O los partidos respetuosos con la Constitución se enfrentan a esta realidad o cada vez tendrán menos peso en las instituciones y dejarán de decidir. Los nacionalistas irán en aumento, como así viene siendo desde 1977, en busca de esa pizca de poder local, que les mantiene vivos y decisivos en el parlamento, con un pequeño puñado de votos. Un poder que no les corresponde por el número de votantes que ostentan.