EL RUBICON DEL 20-D Por Teófilo Ruiz

Según las últimas encuestas publicadas los indecisos son el grupo de electores más numeroso, superando con creces al primer clasificado, ante la cita del 20-D. Y no parece que los debates televisivos hayan aclarado en demasía el panorama: presentados como un antes y un después en la historia de nuestra democracia y la gran oportunidad para el bipartidismo, tan solo han servido para afirmar el escaso peso específico de los candidatos y su incapacidad para ( hasta el momento) convertir incertidumbres en certezas. Se habla del fin del bipartidismo, del rechazo al tufo «viejuno» de los partidos históricos, de la nueva forma de hacer política que demanda la sociedad, la importancia de las redes sociales y de la frescura y adaptación a los tiempos de las nuevas formaciones emergentes. Sin embargo, no son argumentos suficientes que expliquen un número tan elevado (cercano al 40%) de electores que no tienen decidido su voto.

Parece razonable pensar que ante tanta indecisión lo primero que fallan son las propuestas políticas (viejas y nuevas);  la falta de credibilidad de unos programas y unas promesas que se han visto incumplidas de forma reiterada o las ofertas salvadoras que no tienen una base visible y que buena parte del cuerpo electoral no se cree. Y a pesar del triunfalismo de gobernantes y las promesas de opositores la situación demanda planteamientos creíbles y, sobre todo, realizables: la «recuperación» económica está basada en la transformación del mercado de trabajo en una opción low cost, que resta ingresos a las arcas de la Seguridad Social y pone en peligro la viabilidad de las pensiones, con una «hucha» saqueada con el mayor de los desparpajos. Los bajos precios del petróleo (que pueden cambiar de orientación) son otro de los apoyos inestables, al igual que las acciones del BCE, que no se mantendrán eternamente.

Por contra, nada serio se ha planteado para revertir la sangría masiva de jóvenes preparados, con una formación que ha salido de los impuestos de la mayoría, y que resta cada día más posibilidades de desarrollar de forma efectiva la sociedad del conocimiento en la que deberíamos estar integrados sin más demoras ni recortes. Y qué decir de la ineludible contestación a las fuerzas centrífugas desatadas en Cataluña, con un crecimiento exponencial en los últimos años y que, hasta ahora, se han combatido con tanta torpeza como ineficacia.

La campaña electoral, prologada por infinidad de actos y declaraciones, ha mostrado a una clase política (vieja y nueva) en grado máximo preocupada por su imagen, convencida de su carácter fetiche, donde vestimenta o gestos tienen mucha más importancia que las propuestas programáticas de su opción política. Estamos, en definitiva, ante lo que George Steiner denominó como metafísica de lo efímero, definida por la última novedad del mercado periodístico y por el predominio de la forma sobre el fondo: el cómo relega al qué a una posición subalterna y lleva al votante potencial a decidir más por sentimientos que por argumentos.

De forma habitual la ciudadanía tiende a culpar de todos los problemas a la clase política y no le falta razón. Pero esta cómoda decisión de no asumir responsabilidades no puede ocultar la aceptación (casi como algo normal) de unos comportamientos inaceptables en una sociedad democrática madura. Ante la cita del 20-D parece llegada la hora de un momento histórico, con una sociedad necesitada de un proceso de transformación para ser viable y el interrogante sobre los políticos que se elegirán como los políticos más apropiados para llevarla a cabo (con que rocen la altura de los que protagonizaron la denostada Transición podríamos darnos por contentos).

Este país tiene el record de guerras civiles y constituciones frustradas. Se anuncia el fin del bipartidismo: modelo imperfecto representado por un binomio en  el que una formación detenta en gobierno (y el poder) y el otro la oposición (la espera para ser relevo). Ahora podemos pasar al bipartidismo inestable, con dos formaciones que se reparten el poder y condenadas a entenderse o enfrentarse. Para bien de todos, dada la fragmentación que apuntan las encuestas, sería conveniente que se instalara la cultura de las coaliciones, de uso corriente entre nuestros vecinos de la Unión Europea, dado que la larga lista de problemas que nos preocupan y amenazan seguirá ahí, sea cual sea el resultado de la cita electoral.