EL PSOE ANTE EL ESPEJO
Conocido el balance del primer año de gobierno de MR ―obediente recadero con la UE y duro visir con España― cabe preguntarse por el papel desempeñado por la oposición, especialmente por el PSOE. A tenor de los datos de las encuestas el Partido Socialista sufre el síndrome del vampiro: se mira en el espejo de la sociedad, pero no ve reflejada su imagen; se ha perdido. Cierto que no pasa el día en que MR y sus colaboradores le amenacen con la cruz de la herencia recibida, con independencia de la promesa realizada en sede parlamentaria de no mirar hacia atrás y encarar con decisión el futuro.
Parece lógico que, al menos durante un tiempo, la sociedad que descargó su santa saña sobre la formación del luciferino ZP como culpable absoluto del desastre que ha hecho saltar por los aires los anclajes económicos de este país, no vuelva su mirada, para solucionar sus problemas, hacia quien considera el causante de sus males. Sin embargo, a pesar de todo, tendría que ser la fuerza política que encabezara la respuesta a unas actuaciones gubernamentales en las que no se sabe qué es lo que más destaca: la soberbia de una holgada mayoría absoluta que con nadie dialoga y pacta o la inoperancia de unas medidas que, hasta ahora, tan solo han servido para empeorar la situación, sin que se vislumbre la puerta de salida.
Son muchas las voces, tanto internas como externas, que piden renovación, cambio de programa, de líder y hasta refundación. Después de un varapalo tan brutal como el sufrido en las últimas elecciones, no parece que la prisa sea la mejor consejera. No obstante, el silencio, la ausencia de iniciativas visibles y la parálisis tampoco ayudan a recuperar estima social. La renovación de liderazgo es algo que va de suyo pues, con independencia de las valías personales, resulta poco presentable que quienes son tenidos como autores o cómplices del desastre que nos atormenta, vayan a tener una buena recepción electoral. En cuanto a la esencia organizativa, tanto la propia como la del Estado, desde su fundación los socialistas mostraron su vocación federal. Sin embargo, en las actuales circunstancias, la ciudadanía parece demandar unos planteamientos mucho más nítidos. Cuando el nacionalismo, en su órdago soberanista, trata de tapar con la capa del «pueblo» los problemas de la sociedad, parece necesario un posicionamiento mucho más claro que el mantenido hasta ahora. Y todo ello sin perder de vista que las competencias otorgadas a las CCAA en la Constitución en poco o nada podrían ser rebasadas por una organización de diversas «naciones» aglutinadas en un Estado Federal, salvo que se opte por la desmembración.
En cuanto a una renovación ideológica o refundación, en busca de una oferta política atractiva, habrá que recordar que en septiembre de 1979 el PSOE, por iniciativa de Felipe González, abandonaba el marxismo por obsoleto y proyectaba así una imagen más moderada para llegar al poder. Instalados en el gobierno, el referente fue la socialdemocracia y el capitalismo renano, promotor del Estado de Bienestar. Curiosamente, cuando el Estado Tecnológico Global había impulsado el desarrollo del capitalismo hasta un crecimiento «virtuoso» que parecía imparable, ha surgido una crisis que, con independencia de otras muchas causas, se debe en buena parte al uso no siempre adecuado de la Cibernética. El fundamentalismo tecnológico e informático ha permitido nuevas formas de producción que han desembocado, recordando la implantación de la máquina de vapor, en procesos productivos que cada vez necesitan menos participación humana, provocando ingentes masas de desempleados. Podría pensarse que volvemos al punto de partida, donde la «O» de obrero recuperaría su sentido. No parece que sea así. El uso masivo de la informática ha democratizado la información, accesible en cualquier parte del mundo, con un papel decisivo en el estallido de la Primavera Árabe. Sin embargo, en las sociedades desarrolladas es evidente que ha provocado una despolitización generalizada ―basta ver las encuestas sobre la clase política― y una aceptación de los hechos como inevitables ―el tan repetido «es lo que hay»―, y no sería exagerado pensar que en otros tiempos el «reparto de sufrimiento» habría tenido una contestación mucho más violenta que lo visto hasta ahora. Conscientes de los cambios y del poder de la nueva herramienta, los políticos han empezado a utilizar las redes sociales para potenciar sus campañas. Pero la solución no es esa. Se trata de responder al desafío que plantea una situación nueva y para la que las enseñanzas del pasado no parecen adecuadas. Claro está que esa respuesta plantea el dilema de ¿»Quién le pone el cascabel al gato»?