El PP cumple 25 años en la Comunidad de Madrid: bastión de poder, laboratorio de sus políticas y epicentro de la corrupción

Marcos Pinheiro/eldirio.es «Ya señalaba el clásico que la más larga y más ardua travesía mantenía siempre la impronta del primer golpe de remo». Es la frase que utilizó Alberto Ruiz Gallardón el 27 de junio de 1995 para comenzar un discurso con el que no necesitaba convencer a los diputados madrileños de que lo eligiesen presidente. Su partido había obtenido mayoría absoluta en las elecciones de 1995 tras 12 años de ejecutivos del PSOE. Estaba inaugurando, sin saberlo, un cuarto de siglo de gobierno ininterrumpido de su partido.

Gallardón tomó posesión unos días después, el 30 de junio. En el acto pronunció unas palabras quien había sido presidente socialista hasta entonces, Joaquín Leguina, que según una crónica de aquel día incidió en que había que «saludar con naturalidad» la alternancia de las fuerzas políticas. Desde entonces, su partido no ha vuelto a tocar el poder en la Comunidad de Madrid.

En los 25 años que han pasado desde ese acto de toma de posesión Madrid se ha convertido en la región más rica de España, pero también en la que presenta mayores desigualdades entre sus ciudadanos. Un paraíso para las empresas, que gozan de un apacible trato fiscal que han denunciado al resto de comunidades autónomas, algunas gobernadas también por el PP. Una tierra de oportunidades que también lo ha sido para las tramas de corrupción, al calor de la burbuja inmobiliaria y las grandes infraestructuras.

En dos décadas y media, el PP ha erigido en la comunidad su principal bastión de poder territorial, del que se ha servido como foco de oposición al Gobierno cuando ha sido necesario; la estrategia la diseñó Esperanza Aguirre contra el Ejecutivo de Zapatero y ahora la ha puesto en marcha Isabel Díaz Ayuso frente al Gobierno de coalición. En lo que a gestión se refiere, la región es el laboratorio de las políticas neoliberales de la derecha en Sanidad y Educación, donde han practicado un progresivo arrinconamiento de lo público en favor de la iniciativa privada.

Gallardón y el periodo de tranquilidad política

Gallardón dio los primeros pasos de eso que ya vaticinaba como «larga y ardua travesía» junto a Manuel Cobo, que durante sus años primero en la Comunidad y luego en el Ayuntamiento se convirtió en su inseparable mano derecha. «Madrid ha tenido en estos 25 años una subida en los factores económicos más importantes que nadie previó», afirma en conversación con eldiario.es. Para él, el PP ha conseguido que la región no cayese en la irrelevancia que algunos vaticinaron cuando se diseñó el sistema autonómico.

El presidente de la Región de Madrid del PP Pío García Escudero (izda.) y los candidatos populares al Ayuntamiento de Madrid, José María Alvarez del Manzano, y a la Comunidad, Alberto Ruiz Gallardón (centro), saludan a los simpatizantes que se han concentrado a las puertas de la sede central del partido en Madrid. EFE/Oscar Moreno/rba
Pío García Escudero y los entonces candidatos populares al Ayuntamiento de Madrid, José María Alvarez del Manzano, y a la Comunidad, Alberto Ruiz Gallardón, saludan a los simpatizantes en la noche electoral de 1995. EFE

Cobo asegura que fue durante aquellos primeros años de gobierno en una comunidad a la que se tenía por ser de izquierdas –por el enorme peso del conocido como cinturón rojo al sur de la capital– donde se cimentó lo que luego sería un apoyo constante elección tras elección. «La gestión es lo que lleva a consolidar las mayorías absolutas, y en el caso de Gallardón la gestión económica es muy buena», señala. Recuerda, por ejemplo, las ampliaciones de la red de Metro –que permitió la compra de tuneladoras– y en especial Metrosur, que conectó con municipios que tradicionalmente apoyaban al PSOE: «Hicimos mucho Metro en Madrid en zonas con voto a la izquierda».

Además, la mano derecha de Gallardón señala como grandes avances de aquella época la transferencia de las competencias en Sanidad y Educación, que permitiría desarrollar políticas en estos ámbitos, fundamentales para consolidar el modelo del PP. Cobo destaca que su gobierno pudo centrarse en la gestión por dos factores fundamentales: había una buena relación con el Gobierno central, en manos entonces de José María Aznar, y no tenían que preocuparse por las cuestiones internas del partido. El PP de Madrid estaba entonces dirigido por Pío García Escudero, un político de carácter tranquilo y poco amigo del conflicto.

En definitiva, dos legislaturas de expansión económica y tranquilidad política hasta que «en 2003 se produce un cambio importante», señala Cobo como punto de inflexión. Aznar decide entonces que había que hacer cambios: manda a Gallardón como candidato al Ayuntamiento de Madrid para relevar a José María Álvarez del Manzano y coloca en su lugar a Esperanza Aguirre, que venía de ser ministra de Educación y presidenta del Senado. Cobo cree que si su jefe y amigo se hubiera presentado habría revalidado la mayoría absoluta. Pero no fue así, el PP ganó las elecciones pero la suma de los diputados de PSOE e IU superó a los populares en los comicios de 2003.

«Tenemos un problema con dos diputados»

La marcha de la Comunidad de Madrid podría haber cambiado en ese momento y haber hecho que la experiencia de Gobierno del PP se hubiese quedado en esos ocho años, pero dos parlamentarios del PSOE se ocuparon de garantizar su continuidad y de alejar a Rafael Simancas del poder que había llegado a rozar con la punta de los dedos.

En la historia política de Madrid están grabadas las palabras que la portavoz socialista, Helena Almazán, pronunció mientras Simancas contenía la respiración a su lado el día que se constituía la Asamblea: «Tenemos un problema con dos diputados que han tenido un pequeño percance». Ese percance adquirió el tamaño de un terremoto político, se le bautizó como ‘Tamayazo’ y acabó por otorgar a Aguirre la presidencia de la Comunidad de Madrid tras una repetición electoral.

El diputado socialista Modesto Nolla estaba aquel día en la Asamblea. «Me sorprendió porque de hecho los dos diputados habían asistido a la reunión de grupo a las 9 de la mañana. Recuerdo haber visto a Tamayo después de esa reunión andando y hablando por el móvil dentro del salón de plenos», recuerda. Él fue el portavoz del PSOE en la comisión parlamentaria que investigó lo ocurrido y que no fue capaz de desentrañar si detrás de la traición había una mano negra.

Confiesa que en un primer momento pensó que todo se podía solucionar. Era solo la sesión de constitución de la cámara y la ausencia de los dos diputados del PSOE iba a provocar que la presidencia de la Asamblea recayera en el PP: «Al principio, al no saber de qué se trataba, quedaba la esperanza de que volvieran, pero no fue así».

La sombra de la corrupción se mantiene desde entonces sobre aquella doble ausencia en la Asamblea de Madrid. En los meses siguientes salieron a relucir complicidades y llamadas cruzadas de los diputados socialistas con oscuros personajes vinculados al sector del ladrillo, pero la verdad sigue enterrada casi tres décadas después. Y los dos protagonistas respondieron con evasivas durante la comisión de investigación. El episodio de los dos tránsfugas constituye uno de los grandes escándalos de la democracia.

El portavoz del PSOE en la Asamblea de Madrid, Rafael Simancas (d), acompañado del portavoz socialista en la Comisión de Investigación de esta Cámara, Modesto Nolla, a su llegada a la sede del Parlamento madrileño, donde continuó hoy las comparecencias en dicha comisión. EFE/KOTE RODRIGO
Rafael Simancas acompañado del entonces portavoz socialista en la Comisión de Investigación sobre el Tamayazo, Modesto Nolla. EFE

Desde el primer minuto de su mandato, Aguirre desplegó una estrategia cuyo único objetivo fue concentrar todo el poder en su figura. Para ello necesitaba hacerse primero con el control del PP de Madrid a través de un enfrentamiento directo con Gallardón que se mantendría durante años.

Cobo relata que Aguirre inició una campaña de recogida de apoyos internos para sustituir a Pío García Escudero al frente del partido y romper una bicefalia que Gallardón y los suyos veían con buenos ojos. El apoyo de Ángel Acebes, entonces secretario general del PP y a quien Cobo atribuye amenazas a quien quisiera presentarse para disputar el cargo a Aguirre, fue determinante según ese relato.

Por aquel entonces Cobo ya era vicealcalde de Madrid, estaba enfrentado al aguirrismo, igual que Gallardón, y recuerda aquella época como el «peor momento» de su carrera política. «Sentimos esa lucha, ese interés del partido y de la Comunidad de Madrid en dejar claro quién manda aquí. ‘Aquí mando yo’, y es verdad que mandaba ella aunque nunca luchamos», rememora.

Ya con el control interno del partido, Aguirre se dedicó a garantizarse el poder sobre toda la administración colocando a sus afines en consejerías y empresas públicas, incluida la televisión regional, que cantaba sus gestas en telediarios y tertulias.

En cuanto a la gestión, puso en marcha las políticas de privatización sanitaria y el impulso de la educación concertada en detrimento de la pública. En el boom de la burbuja inmobilaria, la entonces presidenta impulsó la construcción de nuevos hospitales y la ampliación de la red de Metro, y diseñó grandes obras como el tren a Navalcarnero o la Ciudad de la Justicia. Y rebajó impuestos. Aquellos que se habían cedido a las comunidades autónomas para avanzar en la corresponsabilidad fiscal se llevaron al mínimo para atraer empresas y grandes fortunas. Arrancó la era de Madrid como paraíso fiscal.

«Pedí hacer las cuentas a mi asesor y te sorprenderías de la diferencia de pagar aquí impuestos o hacerlo en otra comunidad autónoma. Ahí me di cuenta de que los poderes fácticos no van a permitir nunca que se desmonte el paraíso fiscal», explica una profesional liberal que conoce bien los entresijos de la región y los intereses para que los impuestos se mantengan en el mínimo.

Sobre esa filosofía, la propaganda y las grandes obras, Aguirre sentó las bases del modelo PP. La politóloga Sandra León explica que lo que más ha definido la política del PP durante estos años ha sido la bajada de impuestos «y un modelo de Sanidad y Educación donde la intervención privada es muy importante», y pone como ejemplo el énfasis de Aguirre en su modelo de libertad de elección de centro educativo.

León explica que las comunidades se prestan a experimentar con políticas públicas, y que es lo que ha hecho el PP en Madrid. Señala por ejemplo las consecuencias que ha tenido en educación: Madrid es la segunda región europea con la tasa más alta de segregación escolar.

Nolla, que continúa como diputado socialista en la Asamblea de Madrid, recuerda que Aguirre se benefició de que ya se habían implantado esas competencias de Sanidad y Educación, antes en manos del Estado, para imponer sus políticas de privatización. Si el ‘Tamayazo’ no hubiese impedido gobernar al PSOE se habría evitado, dice, le enorme desigualdad que sufre ahora la región y las consecuencias de la «brutal especulación urbanística», y se habrían potenciado los servicios públicos.

La propaganda como vía de entrada de la corrupción

Durante los años de bonanza económica Aguirre acuñó la frase de que Madrid era «el motor económico de España» y desplegó una estrategia de comunicación extremadamente personalista. Fue en esa época de incesante promoción de sus actos como presidenta cuando las tramas de corrupción encontraron el caldo de cultivo perfecto para desarrollarse. Tanto Gürtel como Púnica se nutrieron de las mordidas de los grandes contratos, de la imposición de una propaganda constante y de la necesidad del PP madrileño de buscar fondos para sufragar esa especie de campaña electoral perpetua para convertir el relato de logros de Aguirre en una suerte de hagiografía.

 Fotografía facilitada por el PP de la presidenta del partido en Madrid y cabeza de lista al Gobierno regional, Esperanza Aguirre, en Tres Cantos, donde presentó las propuestas económicas y fiscales para la próxima legislatura. EFE
Esperanza Aguirre posa junto a un autobús de campaña. EFE

Poco a poco, las tramas se infiltraron hasta la misma raíz de la administración madrileña, escalaron hasta los puestos más próximos a la presidenta. Aguirre trató años más tarde de minimizar los primeros escándalos y reducir su responsabilidad con una frase que le perseguiría toda su vida política: «He nombrado a más de 500 altos cargos y dos me han salido rana». Así, la época de los éxitos de la autodenominada «lideresa» dejó paso a los años donde los titulares de prensa los copaba cada nueva revelación sobre los casos de corrupción en la región.

Las investigaciones han revelado que durante los años más boyantes del Gobierno de Aguirre, las redes de Gürtel y Púnica se extendieron con facilidad entre mordidas, contratos amañados y un partido dispuesto a saltarse todas las reglas para acudir a las elecciones con un plus sobre sus competidores. La sentencia de Gürtel ha confirmado ya la financiación ilegal en varios municipios; la investigación de Púnica ha desenmarañado el sistema para nutrir la caja B regional.

Aguirre dimitió en 2012, pero su figura ha seguido presente en la política madrileña. Modesto Nolla argumenta que todo lo que ha ocurrido después en la Comunidad de Madrid ha tenido su sello, porque quienes le sucedieron en el trono tenían alguna vinculación con ella, «incluso la actual presidenta es una persona que apareció en la Asamblea de Madrid de la mano de Esperanza Aguirre».

Cuando Aguirre se fue, la corrupción ya empapaba todo en Madrid. Dejó el trono regional a quien había sido su último y más leal colaborador, Ignacio González, que años después protagonizaría su propio caso de corrupción. En las pesquisas de Lezo se describen sus movimientos para engordar dos cuentas bancarias: la suya personal y la del partido. Para ello utilizó presuntamente las empresas públicas que Aguirre había puesto bajo el control total del PP durante años. Después de él tomó las riendas Cristina Cifuentes, que también ha acabado imputada en el caso Púnica.

Pero los sucesivos escándalos de corrupción no han sido suficientes para acabar con la hegemonía del PP de Madrid, que ha seguido ganando las elecciones regionales. Manuel Cobo cree que durante los años de Aguirre su gestión –sobre todo en lo referente a la construcción de hospitales– se impuso a los escándalos.

Nolla, que ha visto cómo su partido lleva años sin lograr recuperar el poder en Madrid, dice que hay muchas causas que explican los fracasos del PSOE, entre las que están sus propios errores o que en algunos comicios compitieron contra un PP que gozaba de una «extrafinanciación» electoral.

Eso sí, admite que no tiene explicación a por qué los sucesivos casos de corrupción del PP no han provocado un relevo en el poder. «Personalmente me cuesta entender que en la población no haya pesado suficientemente el grado de corrupción en el que se había incurrido en los gobiernos del PP; me cuesta aceptarlo y asumirlo».

Sandra León cree que el PP ha pagado en las urnas esos escándalos: «Si uno mira la evolución de los apoyos del PP, se ve que perdió 18 diputados en 2019 y ya había perdido 24 en 2015». «Lo que ocurre es que parten de un capital político tan poderoso que, aunque pueda erosionarse, aún pueden conseguir la fuerza suficiente para formar un Gobierno de coalición», añade.

Esta politóloga añade que a la hora de decidir el voto también pesa enormemente la economía y que, aunque suene paradójico, los efectos de la corrupción pueden ser beneficiosos electoralmente: «Si a los ciudadanos les llega un mayor gasto público, más hospitales y centros educativos, aunque sea a través de un proceso corrupto, eso al final puede no ser castigado en las urnas».

Cifuentes, una regeneración fallida

Cristina Cifuentes encarnó en 2015 el intento por acabar con la época de los escándalos. Una suerte de ruptura con el ‘aguirrismo’, y con ello con el pasado del PP de Madrid, para dar un nuevo impulso al partido. En el plano político no hubo muchos cambios en cuanto a Sanidad y Educación se refiere; en el económico, continuó con la senda de aumento de la deuda que habían inaugurado sus predecesores, acompañada de nuevas rebajas de impuestos que profundizaron en la transformación de Madrid en un paraíso fiscal dentro de España.

El caso Máster se llevó por delante su discurso contra la corrupción –que había sido más una postura pública que una acción efectiva– y la expulsó de la política en 2018. No logró aprobar ninguna de las leyes estrella que había prometido: la del Suelo, la de Universidades y las dos sobre regeneración democrática. «Lo que ha pasado demuestra que aquí todos somos prescindibles. Si nos vamos, la maquinaria sigue funcionando», dijo entonces a modo de reflexión un alto cargo del PP de Madrid. La realidad ha demostrado que las turbulencias políticas han hecho mella en esa maquinaría que antes se había demostrado implacable.

Garrido presidirá hoy una reunión del Consejo de Gobierno de la Comunidad
Cristina Cifuentes cierra la puerta de la sala en la que había comparecido para anunciar su dimisión. EFE

Durante estos dos últimos años la Comunidad de Madrid ha tenido tres presidentes –Ángel Garrido, ahora en Ciudadanos, Pedro Rollán e Isabel Díaz Ayuso– y ha cosechado los peores resultados de su historia. Ayuso, la apuesta personal de Pablo Casado para el gobierno regional, se dejó 338.000 papeletas en las urnas y 18 diputados. Al equilibrio parlamentario que Cifuentes mantuvo con Ciudadanos ha habido ahora que incluir el apoyo externo de Vox y el PP ha tenido que abrirse a un Gobierno de coalición que se encuentra ahora completamente fragmentado.

Manuel Cobo reconoce lo delicado del momento que vive el Gobierno autonómico. Entiende que «las coaliciones electorales son muy difíciles» pero señala la responsabilidad de Ciudadanos en la crisis que vive el Ejecutivo de Ayuso e Ignacio Aguado: «Veo mucho interés por parte de algunos consejeros de Ciudadanos en hacer una labor muy dura contra la gestión del PP, hablo por ejemplo de Alberto Reyero. Es una labor más propia de la oposición, que no puedo entender formando parte del mismo Gobierno».

Sandra León también incide en la fragilidad del Gobierno regional: «La crisis sanitaria ha abierto esas divisiones en la coalición, especialmente con Reyero. Es un momento delicado por el impacto que ha tenido la crisis».

En las manos de Ayuso, que hace unas semanas amagó con convocar elecciones, está ahora la tarea de retener Madrid para el PP. «Es una comunidad muy importante por su peso demográfico, por su peso económico y por la concentración de las instituciones. Esas características hacen que para cualquier partido, sea cual sea, la Comunidad de Madrid sea un bastión electoral importante», señala León.

Para el PP se añade que ahora mismo es el pilar desde el que erigir su oposición al Gobierno central, como ya ocurrió en los años de Aguirre. «La Comunidad de Madrid se ha erigido como un polo de oposición a la intervención y a las directrices del Gobierno central, en consonancia con la línea del partido a nivel nacional», sostiene León, que cita a Galicia como otra forma de afrontar la relación con el Ejecutivo de coalición durante la crisis.

«Madrid es la tercera región de España por población, está la capital, es la región que tiene los mayores contactos internacionales, uno de los principales aeropuertos del mundo. Perder Madrid sería un gran dolor para el PP y para mí especialmente», relata Cobo. «Viví primero la oposición, viví como el PP conseguía ganar las elecciones, para mí sería algo muy importante, me parece fundamental mantener Madrid», añade. Esa responsabilidad recae sobre los hombros de Ayuso, que vive el momento más delicado para el PP de sus 25 años al frente de la Comunidad de Madrid.