EL PETROLEO TIENE UN PRECIO

Que en la actualidad es un 40% inferior al que regía en verano. Sin embargo, el impacto apenas se ha notado en lo que pagan los consumidores por los carburantes de uso corriente (automóvil), con un descenso apenas de unos céntimos. Quien sí espera aprovecharlo es el Gobierno que, como anticipado ( e inesperado) regalo de Reyes Magos, puede ahorrarse unos diez mil millones de euros en la importación energética. Aumentarán las posibilidades de destinar estos recursos a otras necesidades y servirá, de paso, para favorecer las optimistas previsiones de crecimiento, cumplir con el difícil compromiso del déficit público y permitirse alguna que otra pirueta electoralista, ahora que se aproximan las citas con las urnas. Si a esto añadimos la depreciación del euro frente al dólar―muy favorable para las exportaciones― ya tenemos la feliz alineación planetaria anunciada por el ministro De Guindos.

A primera vista, el descenso del precio del crudo podría parecer contradictorio: siguen enquistados conflictos como los de Irak, Libia, Siria o Ucrania que en épocas anteriores habrían disparado el precio del barril de petróleo. No es este el caso. Más todavía: en la OPEP están dispuestos a mantener la cuota de producción hasta un nivel de 40 dólares, a la espera de que se produzca la recuperación. Junto a los movimientos especulativos que forman parte sustancial del mercado del crudo, ha aparecido un nuevo elemento distorsionador. Es el «fracking», el procedimiento extractivo que consigue petróleo y gas existente en rocas pizarrosas, situadas a bastante profundidad. En USA se está utilizando casi a ritmo frenético, con el objetivo de situar al país como el primer productor mundial de crudo en el 2020, con la creación de casi 2 millones de puestos de trabajo. Como era de esperar, los ecologistas han puesto el grito en el cielo contra esta nueva técnica extractiva: puede provocar contaminación del subsuelo, movimientos sísmicos, liberación de sustancias radioactivas o degradación del paisaje. El gobierno de España acaba de poner en marcha la reforma de la Ley de Hidrocarburos para potenciar el «fracking», tratando de compensar a propietarios de terrenos y ayuntamientos―con la financiación bajo mínimos― para allanar obstáculos en la búsqueda de la disminución de la importación de energía. Esta reforma se hace en contra de las iniciativas de algunas autonomías (Cantabria, La Rioja, Navarra, Cataluña, Andalucía, Aragón, Galicia y País Vasco) que intentaban prohibir o paralizar el «fracking».

El escaso crecimiento de la economía mundial es una de las razones de la bajada del precio del petróleo, al disminuir la demanda y mantenerse la oferta, pero cuando los precios vuelvan a recuperar posiciones, el «fracking» dejará de ser rentable y tal vez debería mantenerse en reserva, para cuando las existencias de crudo disminuyan y no puedan satisfacer la demanda. Pero el mantenimiento de los precios a niveles bajos tiene también un componente geopolítico: Irán, Rusia y Venezuela van a sufrir muy duramente los efectos de una cotización mínima sobre sus economías. La República Islámica de Irán se encuentra abocada a renunciar a su programa nuclear y a su papel de potencia decisiva en el Golfo Pérsico, para empezar a entenderse con Occidente, de forma especial con Estados Unidos, incluida la colaboración en la lucha contra el terrorismo del llamado Estado Islámico. Rusia, tras la «recuperación» de Crimea, ha disminuido su apoyo a los separatistas de Ucrania y tendrá que olvidarse de recuperar su papel de gran potencia decisiva en el concierto mundial, como en la era soviética. Venezuela, sustentada la mayor parte de su economía sobre el petróleo, no podrá llevar a cabo la «revolución bolivariana» que, como insistente moscardón, estaba poniendo de los nervios a los diferentes gobiernos norteamericanos. El desastre que puede desencadenar el precio bajo del crudo sobre una economía tan dependiente como la venezolana puede tener consecuencias harto preocupantes.

Dejando a un lado que al mercado del «frackimg» podrían unirse países como Argentina o China, con grandes potencialidades en su subsuelo, lo que puede detectarse es un «frente común» entre productores y grandes petroleras contra las energías renovables: mucho más económicas, prácticamente sin contaminación y con la posibilidad de que muchos consumidores (cooperativas, pymes, escuelas, etc.) puedan convertirse en productores ―puesto que la tecnología lo permite―, rompiendo el cártel de las empresas energéticas. El beneficio, una vez más, prima sobre cualquier otra consideración, incluida la propia conservación del planeta, como ha vuelto a ponerse de manifiesto en la reciente Cumbre de Lima sobre el cambio climático, con acuerdos poco más que raquíticos y que en casi nada obligan a los países más contaminantes que suelen ser los que más energía consumen.