EL PARTO DE LOS MONTES

Desde el griego Esopo, el romano Horacio o el vasco Samaniego estamos advertidos de que el rugir de los montes se concreta en el parto de un ridículo ratón. Y una vez más, ha vuelto a ocurrir. El Plan Nacional de Reformas, anunciado, entre el secreto y la amenaza, como algo casi definitivo para solucionar los muchos y lacerantes males de la economía española se ha quedado en un vergonzante reconocimiento del fracaso de todo lo emprendido por el Ejecutivo de MR, hasta ahora. Al anuncio de que se congelarán las pensiones, se gravarán los depósitos de los bancos  y se mantendrá (contra promesa) la subida del IRPF para el próximo año, se añade una serie de medidas que son un compendio de pobres, inútiles y ridículas propuestas para tratar de capear el temporal que no deja de verter sus inclemencias, en forma de desempleo, recesión y deuda, sobre las cabezas, cada vez más desprotegidas,  de los ciudadanos de a pie. En definitiva, todo un desastre sin paliativos encabezado por el paro, el déficit y la deuda y con la Reforma Laboral, como «joya de la corona»: planteada para hacer más competitivo el mercado de trabajo, con bajada práctica de salarios y facilidades de despido no conocidas hasta ahora, lo que ha primado es su efecto perverso de aumento exponencial del paro. Recuerda a la Ley del Suelo de Rato. Puesta en marcha para abaratar el precio de la vivienda, desencadenó un huracán de especulación urbanística y el auge de un modelo productivo que se ha derrumbado, atacada su estructura por la aluminosis de la corrupción, provocando millones de parados.

Los que dijeron que no importaba dejar caer la economía española, pues ellos la salvarían (Montoro) han tenido que reconocer en las previsiones que han de enviar a la Unión Europea, para su aprobación, que no cumplirán con los compromisos de déficit, la deuda pública se disparará hasta el 100 % del PIB y, lo que es más grave,  el paro que ha rebasado la escalofriante cifra de los seis millones, no se reducirá en toda la legislatura. Y todo esto en el mejor de los casos, en el supuesto de que se cumplan los pronósticos gubernamentales, algo que no ha ocurrido con este Ejecutivo. Y una vez más, MR máximo responsable visible de este desastre se ha escudado en sus peones de confianza, puesto que no ha tenido el valor de salir a dar la cara, de acuerdo con su cargo y responsabilidad. Se espera que tenga a bien explicarse en el Congreso en los próximos días y a buen seguro que recurrirá al socorrido argumento de la «herencia recibida» y que para superar los destrozos provocados por el gobierno anterior está aplicando la única política económica posible y que él la ejecuta según las recomendaciones de la Comisión Europea, El BCE y el FMI, que ya han anticipado sus complacencias.

Pocas veces un grupo de poder, en este caso las tres entidades citadas, ha escogido un nombre tan adecuado a su comportamiento. «La Troika» responde mucho antes a la concepción despótica de su formulación soviética, que a la originaria de unión de tres. La Comisión está ayuna de contenido democrático, el FMI es el responsable de infinidad de políticas económicas equivocadas y el BCE responde a los intereses de la gran Banca, antes que al de los estados. Si los responsable del BCE ejecutaran una política similar a la que lleva a cabo la Reserva Federal de USA, la financiación de estados y empresas sería muchísimo más barata, aunque el negocio especulativo con la deuda de algunos países ya no sería tan apetitoso para la Banca, pues no es lo mismo recibir dinero al 0,75% que al 5.

La sociedad tecnológica en la que estamos inmersos, iniciada con la Revolución Industrial, se haya dominada por el fanatismo cibernético que lleva en su propia esencia la consecución del máximo beneficio con el mínimo coste. Con este paradigma, el empleo es un bien cada vez más escaso. Robert Musil en su novela inacabada «El hombre sin atributos» nos muestra al individuo inmerso en un sistema atrapado por la ciencia y las incertidumbres de la vida. Ahora el «hombre» de Musil sigue angustiado por los interrogantes de un futuro sin esperanza, hasta convertirse en un «hombre sin derechos», arrebatados por un sistema que antepone el beneficio a corto plazo a cualquier otra consideración y que ha decidido enterrar el llamado Estado de Bienestar, por ser contrario a sus intereses.