EL NUEVO TOTALITARISMO

Frente a la crisis profunda del sistema capitalista de los años treinta del pasado siglo, Europa respondió con dos formas de totalitarismo: el estalinismo y el nazismo. Ahora, ante el desastre provocado por unas prácticas bancarias delictivas y fomentadoras de políticas de despilfarro, la respuesta viene desde dentro del sistema y se presenta con las  panaceas del equilibrio presupuestario y el control del déficit público. Más que propuestas o medios para salir de la crisis que vive la Unión Europea, con distinto grado para cada país, son una «causa», un «fin» que más temprano que tarde dejará instalada la economía del viejo continente en el carril adecuado del que nunca debió salir. Para alcanzar ese punto de felicidad es necesario recordar que «No se puede hacer una tortilla sin romper huevos», como el aparato de terror estalinista señalaba para justificar la eliminación de toda la oposición y la depuración de los cuadros del Partido y los mandos del Ejército, antes de que la Revolución triunfara totalmente y quedara establecido el paraíso terrenal prometido. El régimen nazi, para alcanzar la meta de una Alemania imperial y milenaria, regida por la raza aria, recurría al dicho popular que señala: «Donde cepilla el carpintero, caen virutas». Las «virutas» tuvieron la forma, en los primeros tiempos, de políticos de la oposición y sindicalistas para pasar a la persecución y exterminio de la raza «culpable» de todos los males: los judíos.

El nuevo totalitarismo ha encontrado su dogma de fe en el déficit cero, en el equilibrio presupuestario, en que no se puede vivir por encima de las posibilidades de cada cual. Y para que esta verdad indiscutible se cumpla hay que poner en marcha todo tipo de sacrificios. Son los huevos que se tienen que romper, inevitablemente, para conseguir la tan deseada tortilla del equilibrio presupuestario, que traerá como consecuencia lógica la digestión de una buena recuperación de la economía. Las virutas, también inevitables, que provoca este trabajo de carpintero son millones de trabajadores que se quedan sin su puesto de trabajo y que nunca recuperarán; una ofensa que recuerda los internamientos en los «gulag» o en los campos de exterminio. Es la muerte civil que si no se resuelve con el suicidio, conducirá a situaciones parecidas a la de los condenados que aguardan durante años la ejecución de su sentencia en el corredor de la muerte. El individuo ha entrado, bajo esa terrible circunstancia, en un proceso de cosificación, de puro número en las cifras estadísticas del paro, sin ningún derecho, pero con una gran carga de desesperanza.

De momento, el nuevo totalitarismo no ha encontrado una oposición considerable a los designios de su «causa». Las políticas de austeridad se aplican sin contemplaciones, con la habitual pérdida de derechos y prestaciones sociales y la luz de salida del túnel no se vislumbra; muy al contrario: todo parece indicar, a la vista de los resultados, que son equivocadas. Justo cuando se ha celebrado la Jornada Mundial por un trabajo digno, en Alemania, el «ejemplo» a seguir, hay unos seis millones de «minijobs», con salarios por debajo de los 500 euros y sin ningún tipo de derechos, y miles de trabajadores que a diario realizan horas extras sin cobrar y trabajan también gratis dos sábados a la semana.

Está claro que antes de alcanzar la «tierra prometida» de la recuperación económica que nos prometen por tanto sacrificio, vamos a probar el amargo sabor de un infierno bastante más real del que la Religión Católica da cuenta.

Ante el totalitarismo nazi, Europa reaccionó tarde y con grandes costes. El totalitarismo estalinista pereció por implosión, por la inviabilidad de sus planteamientos. El nuevo totalitarismo ya ha cosechado numerosas protestas y tendrá que tentarse la ropa, pues parece que de nuevo resuena por toda Europa la voz de Clemenceau, al señalar durante el proceso contra Dreyfus que «L’Affaire d’un seul est l’affaire de tous» ( La preocupación de uno es la preocupación de todos).