EL MARIANISMO Por Teófilo Ruiz

Cuando haya pasado esta crisis (tal vez para los Juegos Olímpicos de 2020, como apuntó socarronamente Mariano Rajoy) vendrán años más malos que nos harán más ciegos (R.F. Ferlosio) pero no cabe duda que politólogos, contertulios a la violeta y opinadores de toda laya tendrán que dedicar parte de su tiempo a estudiar (y explicarnos) este fenómeno que desde hace varios años influye de forma decisiva sobre la vida de millones de españoles confesos o forzados. Se trata del «marianismo», una suerte de planteamiento político de raíces que se prestan a la confusión, pues al someterlas a examen no queda claro si se trata de un maquiavelismo con más meandros que el rio Congo o de la garrulez más simplona y contumaz.

En un análisis rápido (el asunto merece más de una tesis doctoral), el «marianismo» se apoya en el inmovilismo, en dejar pasar, en la resistencia a ultranza: el que resiste, gana (C. Cela dixit). Se intenta provocar la desesperación o el desaliento del contrario y su división interna, a ser posible. Con el «vísteme despacio que tengo prisa» o «lo urgente puede esperar; lo muy urgente debe esperar» se consigue exasperar al contrario y hacerlo aparecer como el culpable del fracaso de cualquier proyecto de pacto.

La negociación con CIUDADANOS para un acuerdo de investidura y apoyo parlamentario tiene muchos componentes de puro teatro: se proclama a los cuatro vientos que se pretende sumar voluntades para evitar el bochorno de unas terceras elecciones. Pero lo que verdaderamente se intenta (con bastante éxito) es cargar toda la responsabilidad de un posible fracaso sobre las espaldas del secretario general del PSOE, Pedro Sánchez, al que le piden la abstención sin contrapartidas, simplemente por la cara. Medios de comunicación, encuestas de dudosa solvencia y algunos barones socialistas están en la idea de que Sánchez debe ofrecer su cabeza para que el «marianismo» siga adelante. En cuanto a la fecha de las más que probables nuevas elecciones (el 25 de diciembre), no es consecuencia de lo apretado del calendario. Se debe a la elucubración del consejero áulico Pedro Arriola que mantiene un doble planteamiento: si se va a una nueva cita electoral, los socialistas y su candidato deben aparecer como culpables; y si la convocatoria (como es el caso) es desmotivante por la fecha, tanto mejor, pues una abstención amplia favorecerá al PP  y a sus intentos de recuperar los escaños de los tiempos de la feliz mayoría absoluta.

La confirmación de lo eficaz que resulta para el «marianismo» su persistencia y contumacia la tenemos en la negociación con CIUDADANOS. Adalides de la lucha contra la corrupción, han ido modificando posturas hasta llegar a la necesidad de recurrir a la Real Academia y a hermeneutas de prestigio para que definan la esencia del concepto «corrupción», para que el PP prosiga con su particular ley del embudo y el efecto blanqueador de las urnas.

El «marianismo» hace del chantaje su mejor arma: en el interior, con la paralización de la actividad del Gobierno, que lleva desde el pasado año sin aprobar ley alguna; con la amenaza de no subir (¡!) las pensiones o no aprobar los Presupuestos Generales del Estado o el bloqueo económico de las Comunidades Autónomas, entre otros graves asuntos. En el exterior, a pesar de la irrelevancia cada vez más notoria de España, el inefable Mariano Rajoy ha logrado evitar la lógica sanción de las autoridades de Bruselas, por su contumacia en incumplir los compromisos de déficit público. Una sanción antes de una cita electoral podría haber abierto las puertas de la Moncloa a la izquierda, renuente a la austeridad insistente de Bruselas. Y de paso, MR ha conseguido que el Banco Central Europeo compre deuda española y mantenga la prima de riesgo en niveles razonables. Sin duda no poca cosa, pero bajo la amenaza de que si cae España, el edificio europeo se derrumba.

Los «hilillos de plastilina» del Prestige; el «Luis, sé fuerte»; lo del alcalde y los vecinos o las máquinas que no pueden hacer máquinas, aparte del recurso a la mentira ante el Parlamento o la prensa, son los hitos que marcan una trayectoria política que en circunstancias normales podría haber finiquitado hace años, pero que se resiste porque (ya es mérito) ha logrado inculcar en buena parte de la sociedad española que los recambios son peores.