El manotazo de Mariano Rajoy
Todos sabemos que el dedo de Rajoy señala a sus candidatos electorales más decisivos, pero en Madrid no ha comprometido su índice en tales menesteres, ha utilizado por el contario toda la mano, apartando a Ignacio González de un clamoroso manotazo. Enfundado el puño en un guante negro de conspiraciones tenebrosas, se ha golpeado al aspirante en sus puntos débiles, una y otra vez, aplicándole en las tripas aquellos golpes bajos que dejan sin aire al contrincante. Debilitado y aturdido, pero en pie todavía, ha bastado finalmente un buen puñetazo, seco y certero, para sacarle del cuadrilátero político.
Un buen día, meses después de ganar las elecciones con mayoría absoluta, la Presidenta Aguirre pegó la espantada y dejó a la parroquia compuesta y sin novia. Desde entonces, González tomó las riendas y gobernó la Comunidad de Madrid. Aunque gestionó la crisis con eficacia y aciertos indiscutibles, las calles se le llenaron de mareas populares indignadas con la herencia ultraliberal que Aguirre le había dejado sobre la mesa. Cuando corrigió el rumbo, obligado por la presión popular, ya era demasiado tarde.
A pesar de todo, Madrid se ha convertido en la locomotora de la incipiente recuperación económica, imponiéndose a la recesión y creciendo anticipadamente por encima de la media nacional, manteniendo el paro algunos puntos por debajo de la estadística oficial, acogiendo inversiones extranjeras, mejorando la capacidad empresarial de los sectores más dinámicos y rebajando el déficit público hasta alcanzar los baremos exigidos por la Comunidad Europea. Madrid no se ha librado de los recortes presupuestarios que han debilitado el estado del bienestar, pero debe reconocerse que las prestaciones que todavía se garantizan en la educación y en la sanidad madrileñas son muy estimables.
Ahora le toca a González afrontar los peores meses de su trayectoria política, todos los que aún le quedan al frente de la Comunidad, encadenado al despacho oficial que desalojará muy pronto, tramitando asuntos pendientes que otros resolverán, asumiendo responsabilidades que le parecerán una penitencia añadida y descubriendo placas inaugurales que le convertirán en una reseña del pasado. Tendrá que callar, mordiéndose la lengua, para no empeorar más las cosas, repasando en silencio la lista de los presuntos traidores y apuntando en la memoria la identidad de todos aquellos que se escondieron cuando más los necesitaba.
En el PP no querían que la pareja formada por Aguirre y González se mantuviera unida y del dúo se ha descolgado la unidad que menos expectativas electorales presentaba. Pasados algunos días, González intuirá que el trato con sus consejeros ya no es el que era, que alguno de ellos comienza a desmarcarse por si tuviera alguna oportunidad más adelante, que sus auxiliares ya no son tan solícitos y dispuestos como antes, que su agenda se aligera y que los compromisos pendientes son cada jornada menos urgentes y que ciertos funcionarios cuchichean a sus espaldas. Pensará, incluso, que los guardias encargados de custodiarle ya no le saludan con la marcialidad de antaño.
El duelo terminará cuando, sentado en su escaño de Presidente en funciones, contemple la investidura de su sucesor. Mientras tanto, mano de piedra Rajoy seguirá entrenándose en la sombra, no vaya a ser que tenga que tumbar a doña Esperanza de otro sonoro manotazo.