EL IV REICH. Teófilo Ruiz

Lo que hasta hace unos días se rechazaba como una posibilidad casi obscena, ahora se presenta cual realidad que ha de golpearnos de forma inevitable. El rescate convertirá a España en un lander alemán, con todos los inconvenientes y ninguna de sus ventajas. Se sumará así, como nueva ficha, a ese «protectorado» o IV Reich que poco a poco se va tejiendo desde Berlín. No es Bruselas ni el BCE quien dicta las normas e impone las duras exigencias; es el Bundesbank el que marca el paso. Basta ver la actuación de Mario Draghi, actual presidente del BCE y liquidador del sector público italiano: todas sus manifestaciones de apoyo a los países con problemas y sobre la irreversibilidad del euro son rebajadas de inmediato por Jens Weidmann, presidente del Bundesbank y uno de los principales consejeros del gobierno alemán en política económica.

Haciendo caso omiso de las enseñanzas de la Historia, la canciller Ángela Merkel y su cohorte de asesores está aplicando con todo rigor su guerra sin cuartel contra el déficit público y emplea un argumento incontestable: Extra eclesiam nulla salus. O lo que es lo mismo: fuera del rigor presupuestario no hay salvación.  Esta orden tajante ya ha sido incorporada a las constituciones de varios países, entre ellos España. La primera obligación es pagar los intereses de la deuda y todo lo demás es secundario. Se olvidan que las condiciones impuestas a Alemania en el Tratado de Versalles (1919), como responsable moral y material de la Gran Guerra, desembocaron en la crisis económica que provocó el colapso de la economía alemana y del sistema parlamentario de la República de Weimar, para dejar paso a Hitler y su delirio milenario del III Reich. El total del pago de las reparaciones impuestas a Alemania en Versalles se cerró en una fecha tan próxima a nosotros como el 3 de octubre del 2010. El pago de la deuda de todos los países intervenidos, entre ellos España, puede realizarse ad calendas graecas.

Para los dirigentes alemanes el déficit es algo tan terrible para la economía como el pecado original para el hombre, desde la óptica protestante. Y es necesario combatirlo, cueste lo que cueste. Unos seis millones de alemanes con salarios por debajo de los 500 euros al mes, y con muy pocos derechos sociales, lo atestiguan. Pero el afán de controlar el gasto lo sintetiza la imagen del ministro de Finanzas Wolfang Shäuble: se mueve con una silla de ruedas a la que, para ahorrar, no se le ha incorporado un motor.

La llamada «condicionalidad» que se ha impuesto, o se va a imponer, a todos los países europeos que se encuentren en situación de rescate significa el desmantelamiento de las prestaciones sociales más avanzadas y destinar todos sus recursos a pagar el pecado del despilfarro. Un despilfarro fomentado por la banca alemana que prestó durante años «plata dulce» sin tener en cuenta las mínimas exigencias de una praxis bancaria mínimamente responsable que habla de «garantías», «morosidad» y «fallidos». Las condiciones impuestas para recuperar todo lo prestado pueden llevar a Europa a otra catástrofe. Ya en su haber los alemanes tienen muy buena parte de las responsabilidades de los dos guerras mundiales, que arrasaron el continente europeo. Cierto que en esta ocasión no se utilizan las divisiones panzer o la terrible luftwaffe, pero los efectos serán también devastadores, con millones de personas sin trabajo y sin ninguna posibilidad de obtenerlo y, además, sin cobertura por desempleo. Llegados a este punto hay que reconocer que el filósofo y semiólogo francés Roland Barthes tenía razón cuando señalaba que la capacidad de empeorar es infinita.