EL FANTASMA DE BARTLEBY
Ante la cita a las elecciones al Parlamento de la UE, el Partido Popular sigue sin hacer público el candidato que ha de encabezar la lista de unos comicios de gran trascendencia para los intereses generales de los países comunitarios entre los que, por supuesto, se encuentra España. La razón de esta tardanza, según fuentes del PP, es debida a que MR se está tomando su tiempo, hasta que su todopoderosa mano decida, en gesto nada democrático, señalar con alguno de sus dedos al candidato que considere más adecuado (o más de su agrado y complacencia). Pero la realidad parece apuntar por otros derroteros: podría pensarse que por la sede del Partido Popular circula el fantasma de Bartleby, el personaje del relato de Melville que cuando su jefe le proponía que realizara algún trabajo, su respuesta, invariablemente, era: «I would prefer not to» (Preferiría no hacerlo). En este caso, al máximo dirigente de los populares, los precandidatos consultados han respondido todos, también, de forma unánime: «Preferiría no presentarme«.
Habida cuenta de que, tanto el gobierno de ZP como el de MR, han cumplido con diligencia casi religiosa las directrices provenientes del BCE, de Berlín y del FMI, para consumar el austericidio económico, es de esperar una sustanciosa recompensa en forma de cargos en la Comisión Europea y en el Eurogrupo, alternativas mucho más vistosas y gratificantes que las de encabezar una lista que, según todas las encuestas, será castigada en la cita del 25 mayo en favor de formaciones, hasta ahora, casi marginales, como Izquierda Unida y UPyD; con independencia que un escaño en el Parlamento Europeo es asegurarse un puesto de trabajo (nada forzado) por cuatro años y muy bien retribuido. Prueba de lo anterior es el empeño mostrado por José Blanco, ministro de Fomento con ZP, para colarse en las listas del PSOE con posibilidad de salir elegido.
Por otra parte, a los que han contestado a MR que «Preferiría no presentarme«, o están haciéndose de rogar, les cabe la esperanza de una remodelación del Gobierno, tras la salida de alguno de los actuales ministros hacia el colegio de comisarios o al Eurogrupo, que les permita postularse como sucesores de los enviados a Bruselas. Sin embargo, se equivocan: al igual que el escribiente Bartleby labró su ruina, como consecuencia de sus continuas negativas a realizar las tareas encomendadas, y terminó en el arroyo, los que se han negado a complacer los deseos de MR van a acabar probando el amargo sabor de la queimada que, a buen seguro, les hará probar un jefe poco proclive a las matizaciones de los demás. Claro que para el actual jefe del Ejecutivo, las cosas hay que tomárselas con tranquilidad y tiene ante sí tareas mucho más importantes (desafío de Artur Mas, mercado laboral que no reacciona a pesar de las reformas de Báñez, deuda pública incontrolable o contestación de sus propios barones por la financiación autonómica) como para entretenerse en ajustar cuentas con individuos que lo único que pretenden es no malgastar el capital político ―menguado, en la mayoría de los casos ― que todavía les queda para no ir a parar al «cementerio» con que, erróneamente, se considera y designa al Parlamento Europeo.