EL ENIGMA GRIEGO
La primera parte, al menos, ha quedado resuelta de forma rápida: Alexis Tsipras, el líder de Syriza, la formación de «izquierda radical» como la califican aquí Esperanza Aguirre y otros pensadores de su cuerda, ha pactado el apoyo necesario que le falta para la mayoría absoluta antes de que el oráculo de Delfos se dispusiera a despegar los labios para pronunciar su primer vaticinio. Por su parte, cualificados demiurgos, como los «mercados», se han tomado las cosas con cierta calma y se han comportado dentro de lo previsto: con ligeras pérdidas, pero sin hybris.
Sin embargo, la normalidad reinante no quiere decir que griegos y el resto de europeos concernidos podamos dar por el resuelto el enigma. Los dioses del Olimpo —Zeus (FMI), Apolo (Comisión Europea) Hera (Ángela Merkel)— no parecen muy dispuestos a bajar sus exigencias al nuevo Heracles (Alexis Tsipras). Los doce trabajos que impusieron a su antecesor, desde la muerte del león de Nemea hasta la captura del perro Cerbero, quedan resumidos en una sola condición: nada de reducción de la deuda, por el momento. Puede haber negociaciones sobre plazos y revisión de intereses, pero el monto de lo debido es sagrado, como el fuego del Olimpo.
No hacen falta nuevos sacrificios ni recurrir a reputados sacerdotes de la mántica para colegir que el elixir de la austeridad, suministrado por los todo poderosos acreedores, no ha dado los frutos esperados, al menos para los griegos: la deuda que se quería controlar ha alcanzado un nivel prácticamente inasumible para la economía griega; el paro registrado es el mayor de la Comunidad Europea, en dura disputa con España; la desprotección y desigualdad social alcanzan cotas de insulto a la dignidad individual. Y como parte a tener en cuenta de esta tragedia, está el repunte y consolidación de Amanecer Dorado, un grupo neonazi que no hace falta extenderse en cuales son sus planteamientos.
La cita electoral griega es ilustrativa y un aviso para navegantes: los ciudadanos han castigado de forma severa a los que consideran culpables de la difícil situación en la que se encuentra su país. Y han optado por los que prometen acabar con la aplicación de unos sacrificios desproporcionados y muy desigualmente repartidos. Por otra parte, han dejado en irrelevante a un partido, el PASOK— la versión griega de una socialdemocracia de bajo contenido de izquierdas— que durante bastantes años ha sido actor principal en la vida política del país. En esta catarsis tan solo quedan señalados los políticos; los ciudadanos no parecen dispuestos a reconocer la más mínima parte de culpa en la orgía dionisiaca desencadenada con la entrada en el euro y el crédito fácil.
El mensajero, como ocurre en la mayoría de las tragedias griegas, ya ha anticipado las líneas de la obra: una deuda que se reclama con carácter perentorio y un deudor que la considera injusta, excesiva y prácticamente inasumible y pide nuevas condiciones para que la disputa pueda terminar en acuerdo. El problema es que los protagonistas están obligados por sus propias palabras: la olímpica Troika no parece dispuesta a aceptar sin más una quita sustancial de la deuda, por los muchos intereses que hay en juego; el nuevo gobierno griego no puede arrojar la toalla al primer envite e intentará hacer valer sus promesas electorales, pues corre el riesgo de perder en un abrir y cerrar de ojos todo su capital político, como le ocurrió al PASAK, que de la mayoría absoluta ha pasado a la irrelevancia.
Se ha dicho en infinidad de ocasiones que la historia se repite. Y en esta ocasión podría repetirse el episodio de Melos: durante la guerra del Peloponeso los habitantes de Melos se mostraron irreductibles en mantener su neutralidad entre Atenas y Esparta. La democracia: «Los atenienses mataron a todos los melios adultos y redujeron a la esclavitud a niños y mujeres» (Tucídides. Libro V. Historia de la guerra del Peloponeso).
Con lo mucho que hay en juego, a pesar de que se apunta la escasa importancia de la economía griega en el conjunto de la EU (2%), la salida de Grecia del euro o de la Eurozona sería un acontecimiento difícil de manejar y de consecuencias imprevisibles. Ante semejante amenaza, sería bueno que todos los implicados volvieran a escuchar las palabras de Heráclito cuando señalaba que «Los elementos opuestos convergen, pero de sus divergencias brota la más bella armonía, de hecho, la realidad entera surge de la confrontación»