EL DIOS DE LA GUERRA LLORA SOBRE EGIPTO Por Teófilo Ruiz

La intervención militar para acabar con la deriva autoritaria del presidente Morsi, se ha convertido en un baño de sangre que está tiñendo de rojo las aguas del Nilo. La medida preventiva, apoyada por buena parte de la población egipcia, fue presentada como la salida lógica ante la actitud de un dirigente que, anclado en la amplitud de la victoria democrática de su grupo de apoyo (Los hermanos Musulmanes) pretendía instaurar de forma solapada un régimen islámico. Sin embargo, el enfrentamiento entre las fuerzas armadas y los islamistas de la Hermandad es una pura y dura lucha por el control del poder.

Desde la revolución de 1952 que llevó a Gamal Nasser al poder, el Ejército, como único grupo social estructurado y preparado, encabezó los sectores económicos más importantes del país y decantó a su favor el importante valor estratégico del canal de Suez, hasta hacer de Egipto una pieza clave en el complicado tablero de ajedrez de Oriente Medio. Ni tan siquiera las permanentes derrotas ante Israel disminuyeron el prestigio de las Fuerzas Armadas ante el pueblo.

El islamismo radical dio su primera muestra de fuerza importante con el asesinato del presidente Anuar Sadat (6 de octubre de 1981) como respuesta a la «traición» perpetrada con la firma de los acuerdos de paz con Israel, firmados en Camp David (17 de septiembre de 1978). No obstante, en Egipto, la actuación de los islamistas se encaminó más hacia las tareas de ayuda y sustitución donde la acción del Estado no llegaba: educación, sanidad o apoyo económico a los más necesitados. Se fue conformando así una tupida red de apoyo que cristalizó en una victoria electoral incontestable, tras la caída de Mubarak. Pero la opción moderada de los Hermanos Musulmanes, el Presidente Morsi, jugó sus cartas con demasiada precipitación, colisionando con el poder de los militares que, de una forma u otra, controlan todo el entramado económico del país, y que no parecen dispuestos a ser desalojados de los centros de decisión y de los beneficios que reportan. Todo parece indicar que el ejemplo de Turquía, donde otro islamista moderado (el primer ministro Erdogan) ha neutralizado el poder que los militares tenían desde los tiempos de Kemal Atatürk, el fundador de la República Turca, les ha puesto sobre aviso.

Ante la brutalidad empleada para reprimir las protestas de los Hermanos Musulmanes y sus miles de seguidores, que tampoco han sido remisos en emplear la violencia contra cristianos coptos y partidarios de un régimen político laico, Estados Unidos y la Unión Europea amenazan con sanciones. Pero va a ser difícil que se concreten medidas de calado contra los militares egipcios, pues se presentan como la única alternativa a un movimiento que se ha despojado de sus ropajes moderados y vuelve a sus orígenes, a los planteamientos de uno de sus principales fundadores y posterior inspirador de Al Qaeda. Para Sayyid Qutb, la injusticia y el malestar espiritual de la sociedad egipcia se debía a la nefasta influencia occidental que había desembocado en la corrupción política, la decadencia económica y la injusticia social. Todos estos males solo podían combatirse con la aplicación de la ley islámica.

La violencia a sangre y fuego empleada por los militares para combatir las jornadas de la ira de los Hermanos Musulmanes y sus seguidores puede conducir a una guerra civil de mayor o menor intensidad, como ya ocurrió en Argelia, pero que corre el riesgo de hacer ingobernable un país clave en una zona del mundo tan sensible por su valor estratégico y sus recursos energéticos. A todos, y especialmente a la Unión Europea, interesa encontrar una salida con los menores traumas posibles, pues un Egipto descontrolado podría desencadenar un conflicto de consecuencias imprevisibles en una zona donde se encuentran focos tan candentes como la guerra civil siria, el fracaso de las «primaveras» de Libia y Túnez o las recurrentes negociaciones israelo-palestinas.