El día de las alabanzas. Fernando González
Primero se santiguaba devotamente y luego exclamaba: “Dios nos libre del día de las alabanzas”. Era una de las sentencias más celebradas de mi abuela, aunque ella se pronunciara siempre en voz baja y torciendo el gesto. La buena mujer se refería a la jornada fatal en la que los vivos abandonan este mundo y ya más tiesos que la mojama reciben los elogios que nunca escucharon en su devenir vital. Durante las horas que preceden al último adiós, todos somos excelentes personas repletas de sabiduría y virtudes. Triste reconocimiento el que rodea a los muertos. Algo muy parecido acontece en las vidas de María Dolores de Cospedal y Ana Botella. Tocadas ambas por el aliento frio de sus errores políticos, han sido agasajadas hasta el sonrojo por sus compañeros de partido. Si mi abuela viviera y se interesara por los episodios contados, algo que me extrañaría mucho, ya hubiera encomendado a las señoras Cospedal y Botella a sus devociones más queridas.
He preguntado por Cospedal a los que entienden de politiquería nacional y nadie de los encuestados se apuesta un euro por ella. Bárcenas quiere vengarse y las presas más perseguidas por el antiguo contable del PP ocupan la Secretaría General del Partido y el Ministerio de Justicia. Son culpables, piensa él, de todos sus males, presentes y futuros. Gallardón acumula ya tantas conchas en el lomo que encontrará un refugio seguro, pero Cospedal vive demasiado cerca del incendio y todo huele a chamusquina en el lugar donde se esconde “la mujer que nunca dijo no a Rajoy”. Cospedal ha dejado un rastro tan poderoso que la jauría de sabuesos perseguidores muerde ya los tobillos de la señora. Los más críticos, dentro y fuera de Génova, no perdonan las explicaciones tardías y confusas de la Jefa y cuando se les interroga confiesan que no ha sabido gestionar la crisis. Alguno de ellos, mucho más elocuente, ha deslizado incluso epítetos contundentes y descriptivos dedicados a Cospedal. La conclusión no puede ser más explícita: Cospedal está políticamente muerta.
Sorprende también el respaldo público de los dirigentes madrileños del PP a su compañera Botella. Acosada por la tragedia del Madrid Arenas, con la mayoría de su antiguo equipo cesado, dimitido o imputado en ese desdichado asunto, arrinconada por la oposición y tocada por las equivocaciones acumuladas en tan poco tiempo, se la daba ya por amortizada. Repentinamente, como si alguien hubiera tocado el cornetín de prietas las filas, la frialdad se ha transformado en fervor y el pateo interno en una ovación cerrada. Los que ayer criticaban la interpretación dolida de Botella ensalzan hoy el arrojo que despliega en el escenario del Ayuntamiento de Madrid.
Mariano Rajoy y Esperanza Aguirre llevan la voz cantante en el coro popular que interpreta la partitura de esta especie de réquiem de los resucitados. Si mi abuela levantara la cabeza, repetiría aquello de “Dios libre a Cospedal y Botella del día de las alabanzas”. Después, recogidamente, se dibujaría sobre el pecho la Señal de la Cruz.