EL DESAFÍO

Teófilo Ruiz

Como una descarga eléctrica demoledora, algo impensable, la tormenta perfecta ha acabado con la mezcla de vaguearía y menosprecio de un gobernante que lo fiaba todo al efecto corrosivo del tiempo, sentado en un despacho de la presidencia del Gobierno a ver pasar los cadáveres de sus enemigos, tanto externos como internos. Una filosofía política que le ha funcionado durante tantos años ha sido superada por el rechazo suscitado por una corrupción interminable y un fallo judicial que señala al PP y a su máximo dirigente. Era de esperar la reacción de las fuerzas opositoras. Y para no decepcionar, algunos de los representantes de los diputados conservadores han calificado la moción de censura como inconstitucional e ilegal. El anuncio de una oposición durísima nos recuerda la actitud guerra civilista de la CEDA de Gil Robles durante la II República.

Antes de prometer el cargo, parte del independentismos catalán han presentado su hoja de exigencias, nada sorprendente. Tampoco ha sido sorprendente que el líder de PODEMOS mostrara su deseo de entrar en el nuevo ejecutivo. Aunque en esta ocasión ha tenido el gesto de no concretar nombres ni ministerios. Parecía que Pedro Sánchez se había instalado en la sede del PSOE como un fantasma a la espera de ser defenestrado por segunda vez por unos barones y una vieja guardia que sufre accesos de ira nada más oír su nombre : ganar dos veces la secretaría general frente a los candidatos de los «históricos «, cuando todos lo daban por muerto, es algo difícil de digerir, sobre todo con unas encuestas nada favorables.

Desde su aparición en el escenario político PS tan solo ha cosechado descalificativos. Desde el duopolio televisivo hasta toda la prensa importante, trataron de marcarle al dirigente del PSOE lo que debía hacer en un primer intento de llegar al poder, con especial irritación en EL PAIS. En esta ocasión se han repetido las descalificaciones, aunque empiezan las matizaciones pues desde el poder puede hacerse una presión con resultados desagradables como los ingresos publicitarios.

Con un  apoyo parlamentario más que insuficiente y unos socios de un día para otro la tarea de gobernar va a ser un ejerció de fino equilibrio o sobre un estanque de tiburones y sin red. El partido saliente argumenta, desde hace tiempo, que el crecimiento económico es de lo mejor de Europa. Cierto que las cifras macroeconómicas son importantes. Pero los buenos números no pueden ocultar una realidad que marca un aumento de la desigualdad, con millones de personas en el umbral de la pobreza, un paro juvenil insultante, al igual que la desprotección a los parados de larga duración, un deterioro evidente de la sanidad, la educación, la actualización de las pensiones y un largo etcétera.

La buena marcha de la economía (encarrilada por las medidas del BCE y el precio del petróleo, entre otros factores externos) se ve amenazada por los disparates de Trump, la inestabilidad de Italia y, especialmente, el rebote de barril de petróleo. Sin embargo estas razones no parece que vayan a aplacar las exigencias de los independentistas catalanes que al menos de cara a la galería mostrarán un perfil poco conciliador para unos problemas que requieren tiempo, incluida una posible reforma de la Constitución. Las exigencias de los pensionistas, más allá de vincular las subidas al IPC, no van a ser nada fáciles de satisfacer y colocar las pensiones mínimas en una dotación digna, salvo que se opte por el aumento del déficit público y se incumpla con los compromisos con la UE (en este caso el ejemplo griego, con una severa pérdida del poder adquisitivo de los pensionistas, debería llamar a la reflexión).

En cuanto a la izquierda, si en la derecha se atisban señales de planteamientos cerriles, cabe esperar que aflore el ADN cainita y dé al traste con la posibilidad de abordad (y tratar de solucionar) alguno de los problemas más urgentes que tiene la sociedad española, antes de volver a las urnas. Es un desafío casi inabordable para Pedro Sánchez y su gobierno. Lo manifestado hasta ahora apunta a planteamientos pragmáticos. Por el  contrario, no hay nada más reaccionario que insistir en promesas que no se pueden cumplir.