El crítico de arte (con y sin sombrero)      

Decía Benjamin Bucholh que el crítico, en la primera mitad del siglo XX, era una figura más del entramado formado por instituciones públicas, museos, coleccionistas, marchantes y el propio mercado, hasta que éstos se preguntaron para qué lo necesitaban. Incluso cada coleccionista o espectador se considera ahora capacitado y autosuficiente, sin que precisen una explicación de lo que están viendo, por lo que parece que la función crítica está llegando a su fin. Por tanto, las palabras de Baudelaire de que ésta ha de ser apasionada, polémica y política se encuentran ya, en cierto modo, desfasadas. Y no digo ya la de los románticos, para quienes la crítica era la instancia reguladora de toda subjetividad, de todo azar y arbitrariedad en el nacimiento de la obra.

 Walter Benjamin, a su vez, tenía la idea de que la crítica se compone a partir del conocimiento y la valoración de la obra, porque esta última es inmanente a la investigación objetiva. Ha de buscar el contenido de la verdad, pero sin disolver el enigma, sino sólo descifrando su configuración.

Por otro lado, David Rimanelli añade más al afirmar sus dudas sobre el acierto de la crítica de hoy, especialmente si se convierte en una herramienta de marketing.      

Y si nos atenemos a lo declarado por otro experto, Donald Kuspit, hay dos tipologías de críticos:

– El que, carente de referencias y conocimientos en la materia, sólo le preocupa lo inmediatamente visto.

– Y el que, por el contrario, arma un discurso teórico, ideológico y social, perdiendo de vista la magia de la obra.

Otras están referidas al típico formalista ultradefensor del binomio forma-calidad, y a su antítesis, al tipo subjetivista, romántico y poético, o incluso el relativista posmoderno.   

Pero en realidad esa gama queda muy corta porque un recuento taxonómico habría de englobar infinidad de familias, especies, grupos, capillas, escuelas y hasta géneros. 

Que se pronostique que su papel está en trance de desaparecer, que ha perdido su aura simbólica, constituye en este momento un dictamen un tanto temerario, aunque, forzoso es reconocerlo, su protagonismo ha decrecido durante estas últimas décadas por los cambios habidos fundamentalmente en el desarrollo del mercado, en cómo éste ha acabado devorando e integrando virtual y físicamente rasgos e idiosincrasias característicos de un fenómeno que tenía y tiene un sentido de rebeldía basado en la creatividad surgida de un fondo humano imperecedero. 

Gregorio Vigil-Escalera

(De las Asociaciones AICA/AECA)