EL CRIMEN FUE EN GRANADA
El espectáculo no ofrece tregua. Al desbordamiento de las alcantarillas de la corrupción se suma la irresponsabilidad de los dirigentes políticos que no saben o no quieren acabar con este chapapote. Y la ciudadanía, para no desmerecer frente a la clase política, convierte en objeto de veneración mediática a la versión digitalizada de Rinconete, que es el tan traído y llevado «pequeño Nicolás». Para colmo, a los fustigadores de «la casta» empieza a vérseles alguna que otra mota de «caspa»―el que esté libre de chanchullo que presente la denuncia Para completar el «más difícil todavía», la Iglesia Católica, por medio de varios de sus pastores, ha vuelto a topar contra la misma piedra de escándalo: las agresiones sexuales cometidas contra menores por algunos de sus pastores.
El asunto está en proceso de investigación y bajo secreto sumarial, pero se sabe que el crimen―no se puede calificar de otra forma― fue en Granada y todo apunta a que las autoridades eclesiásticas hicieron muy poco contra los denunciados, con la intención de tapar un tema tan desagradable. «Querido santo padre: tengo 24 años y soy miembro del Opus Dei». Así empezaba la llamada de auxilio de un joven granadino que había sido sometido a diversas vejaciones sexuales por varios sacerdotes de una parroquia de la capital andaluza. No parece un despropósito pensar que la víctima recurriera a las instancias superiores más inmediatas antes de apelar al Papa Francisco. Y antes que a nadie, como supernumerario del Opus Dei, a los responsables de la Obra más cercanos, empezando por el confesor y director espiritual que tuviera asignado. En este sentido CAMINO ―el libro fundamental de Escrivá de Balaguer y del Opus Dei― es tajante: «No ocultes a tu Director esas insinuaciones del enemigo. ―Tu victoria, al hacer la confidencia, te da más gracia de Dios. ―Y además tienes ahora, para seguir venciendo, el don del consejo y las oraciones de tu padre espiritual» (C.64). El hecho de que el agredido recurriera a la cabeza de la Iglesia ―salvo que la Obra tenga una versión no dada a conocer todavía, vista su propensión a la discreción y al secretismo― sus superiores inmediatos dentro del Opus Dei también le dejaron en el desamparo.
El celibato dentro de la Iglesia Católica no es un dogma, sino un asunto disciplinario y como tal podría cambiarse. San Pablo, muñidor de la expansión del Cristianismo, empezó a potenciar la idea del celibato al señalar que «el célibe se ocupa de los asuntos del Señor…mientras que el casado de los asuntos del mundo (1ª Corintios 7). En el 390, en el Concilio de Cartago, se pedía la continencia sexual de los sacerdotes con sus mujeres; en el de Letrán, en 1123, se exigía a los sacerdotes «abstenerse de mujer«, y en Trento, en 1546, se convirtió en obligación la castidad sacerdotal. Una castidad que fue vulnerada incluso por diversos papas, a pesar de haber sido elegidos bajo la inspiración del Espíritu Santo. En tiempos más próximos hemos podido comprobar los numerosos escándalos sexuales protagonizados por ministros de la Iglesia en diversos países que se han traducido en escasas condenas y que se han intentado desactivar mediante compensaciones económicas.
En la actitud de la Iglesia de tapar o silenciar unos hechos tan deplorables como las agresiones sexuales protagonizadas por algunos de sus ministros, cabe destacar el encubrimiento llevado a cabo por Juan Pablo II en relación al fundador de los Legionarios de Cristo, Marcial Maciel Degollado. Denunciado formalmente, en 1997, por abusos sexuales a diversos miembros de su congregación, Juan Pablo II hizo oídos sordos y lo protegió hasta su muerte. En 2006 Maciel Degollado fue apartado de sus cargos apostolares y empezó a conocerse un aluvión de prácticas nada acordes con un pastor de la Iglesia.
La propia trayectoria de la Iglesia demuestra que tratar de mantener encorsetado un impulso natural como es el sexo resulta algo tan inútil como poner puertas al campo. Otras ramas del Cristianismo aceptaron la realidad de admitir el matrimonio de sus ministros. Y más temprano que tarde tendrá que hacer frente al tema del sexo en dos frentes: el matrimonio sacerdotal y la homosexualidad. Los que se resisten en el seno de la Iglesia a un sacerdocio libre de ataduras sexuales deberían escuchar a san Pablo: «Bien está quedarse como yo, pero si no pueden contenerse, que se casen» (1ª Corintios 7: 7-8).