EL CÍRCULO MARIANO

Por expresa aseveración del presidente del Gobierno, el círculo es «virtuoso». Y no le faltan razones: crecimiento del PIB en los últimos trimestres (el mayor de la Eurozona); aumento del empleo (el mayor de la CE); espectaculares beneficios de empresas y bancos; aumento mensual de la compra de viviendas y automóviles y recuperación de la confianza de los ciudadanos en la situación económica. Sin duda tendremos una avalancha de buenas noticias que no cesarán hasta que los ciudadanos seamos llamados a las urnas para la elección de representantes al Congreso y al Senado.

El círculo mariano de buenas nuevas se ha cerrado (por ahora, claro está) con la presentación de los Presupuestos Generales del Estado para el próximo año. Dejando a un lado que aprobar unos presupuestos que no se sabe que gobierno los gestionará es ya de por sí un acto arriesgado que complica la acción del futuro ejecutivo, el ministro de Hacienda se ha mostrado como un vendedor de feria y ha planteado promesas difíciles de cumplir o que no se llevarán a cabo, como en otras muchas ocasiones. Montoro ha sido muy claro: si se vota al PP y su partido gana las elecciones, habrá una nueva bajada del IRPF, aunque no la ha concretado en números. Funcionarios que recobran parte de la paga perdida y días «moscosos» (de libre disposición), más becas, subida de pensiones y un largo etc. Es más, queda en el aire una severa advertencia, para que nadie se llame a engaño: si el PP no sigue a los mandos del próximo Gobierno, todo lo logrado hasta ahora y lo por venir corre un serio peligro.

Hasta los medios más ideológicamente afines al Partido Popular consideran las cuentas del Estado para 2016 como el primer acto electoral de cara a las legislativas y como tal habrá que tomárselo: un intento del presidente del Gobierno de presentarse ante la ciudadanía para hacer factible la repetición de su mandato con un programa que, de entrada, plantea ofertas estimables. Otra cosa muy distinta es que entrando a fondo y mirando la «letra pequeña» queda claro que el aumento del gasto social (3,8%) no sirve, ni de lejos, para aliviar la situación de las personas inmersas en la dependencia (casi medio millón están a la espera de la ayuda a la que tienen derecho); el invisible aumento de las pensiones (1%); la insoportable, por millonaria, cifra de parados sin ninguna protección; la escasez de empleo juvenil; el deterioro de los servicios educativos y sanitarios o el incesante vaciado de la hucha de las pensiones, que las pone en peligro a un plazo no demasiado largo, dibujan un escenario algo menos optimista que el discurso oficial. Y a todo esto hay que sumar la depresión salarial y la precariedad laboral que hacen que las buenas cifras de paro y crecimiento económico sean recibidas por millones de personas con una sonrisa tetánica de escepticismo o incredulidad.

Pero lo más grave, a tenor de la experiencia que deja esta dura crisis, es que el Ejecutivo sigue manteniendo el rumbo, fijado en una economía vulnerable, basada en el turismo, la construcción y poco más. La inversión pública (1%) confirma que no se opta por un modelo menos sensible y que goza de unas circunstancias muy favorables gracias a la política monetaria del BCE, los bajos precios del petróleo y las crisis políticas que favorecen el incremento del turismo hacia nuestro país. Son factores favorables de duración incierta, pero seguro que no son para siempre y deberían ser aprovechados para introducir los cambios que permitieran una estructura económica más competitiva y menos expuesta a factores tan poco estables como los precios de los combustibles.

En cualquier caso, el circulo mariano no quedará cerrado ( y asegurado) hasta que no se vislumbre una salida para el problema de Cataluña. Las buenas cifras económicas, profusamente aireadas, y las múltiples torpezas de la izquierda y su división permanente,  le están dando oxigeno político al PP, tal como reflejan las encuestas, pero no será suficiente para asegurar a los «populares» una mayoría suficiente. El nudo gordiano de la política española está en el problema catalán; Alejandro Magno recurrió a su espada para deshacerlo, pero el presidente del Gobierno además de los instrumentos que dan las leyes deberá apelar a algo más que dejar que el tiempo resuelva el problema, como ha hecho hasta ahora. Su porvenir político está en juego, pero también ( y es lo más grave) el de España.