EL CARNAVAL TAMBIÉN SE ADELANTA

Al igual que la floración de los almendros, los pepinos de Almería o el brócoli de Murcia el carnaval se anticipa gracias al impulso entusiasta de la clase política. Es la constatación de que el cambio climático afecta a todo, con unos dirigentes que han entendido que mucho antes que las soluciones está el espectáculo.

El desfile de máscaras y comparsas empezó en el parlamento de Cataluña, con la sardana independentista, con el astuto Mas dando un paso al lado y pactando con la CUP, su antítesis política. Pero el espectáculo no da tregua y así lo demuestra la primera ronda de consultas para formar gobierno. El autoproclamado «ganador de las elecciones» (extraña forma de «ganar» que no le permite gobernar) se retira en un movimiento táctico («sin renunciar a la investidura»), para que el siguiente de la lista, el secretario general del PSOE, se queme en el intento y poder volver como la inevitable solución para llevar a España por el camino de la sensatez. Todo esto después de haber repetido hasta el hartazgo su disposición a afrontar el debate de investidura con propuestas de sentido común, difíciles de rechazar. En esta ocasión la altura de miras, el sentido de Estado o el interés general, quedan reducidos a un intento (puede que políticamente astuto, pero éticamente vergonzante) para la salvación política personal.

En un innegable dominio de la escena, el líder de Podemos ha sorprendido al público asistente con una oferta de gobierno al PSOE y a su actual secretario general. Eso sí, ya con los puestos ministeriales repartidos (los tan criticados sillones) como paso previo a una apertura de negociaciones. Y con una frase que condensa el aprecio y estima política que Iglesias tiene sobre Sánchez: «Que Sánchez pueda llegar a ser presidente es una sonrisa del destino que tendrá que agradecer» (en román paladino: que un gilipollas como Sánchez sea presidente es un favor que le hago). Inadmisible o humillante ha sido calificada la propuesta por varios dirigentes del PSOE. Pero el propósito (de nuevo los intereses partidistas y personales) es que sea rechazada, por leonina, para presentarse ante unas nuevas elecciones como la única fuerza posible de la izquierda: Pablo Iglesias aspira a provocar la reducción de los socialistas hasta la irrelevancia, como ya ha hecho con Izquierda Unida y quedar como dirigente máximo de la «izquierda».  Se le podrían aplicar las palabras de Nietzsche sobre su tocayo, el apóstol: » Pablo quería el fin, por consiguiente quiso también los medios… Su necesidad era el poder» (F.N.: El anticristo.42). Todo parece indicar que es «la voluntad de poder», por encima de otras razones, la que mueve a Iglesias, en una lucha contra el tiempo, antes de que su bloque se agriete por las exigencias de sus aliados nacionalistas, que han visto defraudada la esperanza de grupo parlamentario propio o el referéndum de autodeterminación de Cataluña colocado en segundo plano.

Por su parte, el máximo dirigente del PSOE, ajeno a las voces de alarma y advertencia de propios y extraños, camina por una senda que parece que le ha asignado algún dios malévolo y lo hace con la seguridad instintiva de un sonámbulo (Moncloa o muerte). De ser el protagonista de la mayor derrota electoral de su partido ha pasado a convertirse en la pieza imprescindible sobre el que confluyen todas las posibilidades para desatar el nudo gordiano en que se ha enredado la situación política española. Ironías del destino: tras el desastre del 20-D parece que toda la responsabilidad recae sobre un dirigente de cuya idoneidad empezaron a dudar sus propios compañeros al segundo después de ser elegido y no ha habido día que algún barón no haya levantado su amenazante puñal señalando la yugular de un tribuno tan poco consistente. Parece destinado a ser la víctima a sacrificar ante un electorado perplejo, al que se le está diciendo que se equivocó en la cita de diciembre. Y no serán pocos los compañeros que quieran ejercer de oficiantes, para certificar la inalterable capacidad de autodestrucción del PSOE. Pero no conviene precipitarse en extender certificados de defunción, tal como recomienda la cercana experiencia. Permanezcamos atentos al próximo desfile de máscaras, pues nuestra clase política ha hecho suya la frase de Goebblels:»El principio fundamental es evitar ser aburrido a toda costa. Lo antepongo a todo lo demás» (discurso ante dirigentes de la radio alemana en marzo de 1933).

A la espera de que el carnaval político termine con la elección de la figura que concite menos rechazos (el pronóstico es tan aventurado como inútil), quedan unas pequeñas cosas pendientes: atajar la desigualdad creciente, crear empleo con remuneración digna, negociar con Bruselas un nuevo ajuste del déficit, detener al caballo desbocado de la deuda pública o acabar con el expolio de la caja de las pensiones, así como buscar una solución al independentismo. Sin duda asuntos menos divertidos que las actuaciones de los políticos, pero infinitamente mucho más importantes y necesarios de abordar, por el bien todos.