EL CAMINO HASTA EL  PARAÍSO

No cabe duda que está salpicado de obstáculos que son un anticipo nada pequeño del infierno. La laxitud informativa del verano propicia que lleguen hasta nosotros, con toda su crudeza, acontecimientos que ya habían agotado su cuota de actualidad o descendido a un nivel inferior, al simple goteo: guerra en Siria, atentados en Irak, asesinatos del Estado Islámico o emigración masiva en el Mediterráneo. Miles de personas invierten sus últimos recursos y exponen sus vidas y las de sus familiares para abandonar el horror de la guerra en Siria, Irak o Libia y desde los campos de refugiados, instalados en su mayoría en diversos países árabes, tratan de alcanzar una nueva oportunidad vital en el paraíso europeo, con especial preferencia por Alemania.

Reforzamiento de fronteras, construcción de muros de contención, vigilancia en el Mediterráneo… Ninguna medida disuasoria resulta eficaz contra el impulso que genera la desesperación. Lo «curioso» es que los que claman ante las puertas del paraíso europeo son, en el fondo, los «privilegiados», los que tienen los 3.000 euros de media que cuesta el traslado desde las zonas de conflicto hasta las costas europeas y, además, tienen la formación profesional adecuada para aspirar a integrarse en el mercado laboral. Atrás, sufriendo los horrores de la guerra y las penurias de los campos de refugiados, queda una inmensa masa humana que no puede ni siquiera plantearse responder a las exigencias de las mafias que se lucran con este tráfico de personas.

Miles de ahogados en el mar, cientos de fallecidos en transporte en condiciones asfixiantes conforman los datos de una tragedia que está poniendo a prueba los propios cimientos de la Unión Europea. La Comisión ha acordado un reparto de refugiados que todos los países miembros consideran excesivos para sus posibilidades. Y es que el problema que parecía concernir únicamente a Grecia, Italia y España se ha difundido como una epidemia incontenible: Gran Bretaña, Francia o Alemania se sienten amenazadas y tratan de parar el flujo de la emigración masiva. La legislación comunitaria contempla el apoyo y aceptación del refugiado político, pero de los casos más o menos puntuales de hace unos años se ha pasado a una avalancha que se está revelando incontenible y difícil de asumir, con un crecimiento exponencial de los movimientos xenófobos en países como Francia, Alemania, Holanda o Reino Unido.

Aquellos barros trajeron estos lodos. La carencia de una política exterior propia ha conducido a la Unión Europea a la condición de monaguillo de los intereses estratégicos de Estados Unidos y cómplice de las actuaciones desastrosas en Irak, Afganistán y Libia; de una irrelevancia total en la guerra civil de Siria y en el conflicto entre Israel y los palestinos. Ahora, las víctimas que todavía pueden huir del infierno claman ante las puertas del paraíso europeo; Estados Unidos queda inalcanzable al intento de las pateras que a diario se lanzan al Mediterráneo para alcanzar la cercana costa europea.

El problema ya concierne a todos los países de la UE y la situación es de tal gravedad que se hace precisa una actuación diligente y eficaz para reconducir un drama cuyas imágenes hablan por si solas. Los recursos no son ilimitados y todo apunta a que la solución del problema está en encontrar una salida para los conflictos que lo originaron. Pero esa alternativa no es ni fácil ni cercana, habida cuenta los intereses enfrentados que hay en juego: Estados Unidos, Rusia, Estado Islámico, Arabia Saudita, Irán o Israel. Y no se debe esperar a que el incremento de las tragedias se transforme en fría estadística.