El ático de Monseñor Rouco

El inmueble que han elegido para Monseñor Rouco se apoya en la mampostería de la antigua muralla medieval de Madrid. Edificando su retiro espiritual sobre la piedra secular, nuestro emérito Arzobispo ha cumplido con uno de aquellos principios evangélicos que aprendió de niño. Fiel a las tradiciones que siempre caracterizaron al episcopado nacional, don Antonio María habrá pensado que un príncipe jubilado de la Iglesia, tan acreditado como él, paladín como ha sido de la catolicidad española, bien se merecía una mansión solemne y suntuosa. Desahuciado del Palacio Arzobispal, que por prelatura ocupaba hasta hace muy poco, el Cardenal Rouco acaba de instalarse en un amplísimo ático situado en la muy noble y principal Calle  Bailén de Madrid.

Para que ustedes identifiquen la zona, debo añadir que el citado edificio se localiza en uno de los extremos de la cornisa natural que desciende desde los altos de Palacio Real a la ribera del Rio Manzanares, a muy pocos metros del viaducto elevado que une ese lugar con la loma de Las Vistillas y las colinas donde se alzan el Seminario Mayor y la Basílica de San Francisco. Si el Cardenal lo prefiere, saliendo de su portal, a mano izquierda, le bastaría con cruzar la Cuesta de la Vega, aquella que serpentea por la montaña hasta desembocar en el Parque de Lisboa, para tropezarse con la Catedral de la Almudena y  más adelante con el Palacio Real y el Teatro de la Opera. No creo que haya en Madrid un emplazamiento más adecuado para satisfacer las necesidades espirituales y materiales de Monseñor.

Según se nos cuenta, fue un feligrés caritativo y desprendido el benefactor que regaló su ático a la institución eclesiástica. Acatando los deseos del filántropo, se destinó su regalo a casa de acogida para seminaristas venidos a la capital. Luego se transformó en una residencia habitada por religiosos de San Dámaso. Hasta aquí la somera historia de una de las muchísimas propiedades opacas que la Iglesia posee en España. Nada sabemos de la personalidad del donante y muy poco  de los fines y ordenanzas de la fundación que aceptó la donación. Desconocemos la fórmula jurídica que amparó la operación y la modalidad impositiva que se aplicó a los nuevos dueños de la propiedad. Ignoramos también si tan lujoso piso paga los impuestos y tasas municipales que le corresponderían si fuera de un particular.

Parece cierto que se ha modificado la función para la cual fue dada y que la casa ha terminado por convertirse en una especia de apéndice del Palacio Arzobispal, destinado presuntamente a los prelados que por edad se vayan retirando. Esa podría ser la explicación, digo yo, aunque tenga que puntualizar que  ningún portavoz de la Iglesia lo ha confirmado. Cuesta trabajo, sin embargo, imaginarse a Rouco abandonando tan espléndido refugio cuando se produzca otro relevo en el escalafón pastoral. La obra de remodelación del ático, más  de trescientos metros cuadrados de superficie, le ha costado a la Diócesis medio millón de euros. Preguntado Monseñor Osoro, sucesor de Rouco, por una inversión tan cuantiosa, con esa naturalidad que le distingue, contestó que no creía que fuera tanto dinero el invertido y que él no había visto las facturas.

Pensará Monseñor Osoro, me imagino, que los dineros desembolsados en la reforma del piso, como los orígenes de los bienes e inmuebles de la Iglesia, son asuntos internos que no interesan a nadie, pero debo recordarle que todos los ciudadanos contribuimos al mantenimiento de la institución y compensamos con nuestras aportaciones los privilegios fiscales que el vigente Concordato con la Santa Sede mantienen en vigor. El nuevo Arzobispo de Madrid ha visitado, según nos relata, los barrios periféricos devastados por la crisis y ha convivido con muchas familias que lo han perdido todo. Visto lo que ha visto, sorprende el silencio cómplice que ampara la subida de Rouco a las alturas de la Villa de Madrid. Digan lo que digan, que es muy poco, el domicilio que se le ha preparado a Rouco no se corresponde con la humildad, la austeridad, la simplicidad y la cercanía que predica el Papa Francisco.