El artista y la metralleta    

Los artistas se esfuerzan denodadamente toda su vida en la prosecución del logro de la obra de arte que les singularice y además constituya un hito en el entorno coetáneo de movimientos, tendencias, corrientes o poéticas comunes.

Así, poco a poco, vamos asistiendo como espectadores a una construcción plástica, visual, ideológica, semántica de un quehacer que cuando alcance y consolide la suficiente capacidad de significación y de muestra creativa, sabemos que estamos ya ante una obra sobresaliente y única.     

Sin embargo, llegado ese momento crítico, ocurre con frecuencia que el creador, mediatizado por la situación histórica, social, cultural, política, y, explícita o implícitamente, por el conjunto de modos y de nexos de comunicación visual del tiempo y lugar en los que trabaja, desiste de adentrarse en otros planos, en otros terrenos de evolución y confrontación. O simplemente sus intentos son baldíos, no hay avances sino retrocesos. 

Se limita, entonces, a operar, con cierta consciencia de su impotencia,  dentro de los esquemas y formulaciones formales desarrollados hasta ese instante, incluso se contenta en meras variaciones o hasta repeticiones. Ya es en esos días un autor consagrado y el conjunto de su producción obtiene una cotización muy elevada. Además de que público, agentes, marchantes, galeristas, etc., le condicionan para el mantenimiento de esa línea estilística de planteamientos configurativos. Con lo que pone fin, por lo tanto, a una evolución y nueva inventiva que implique la apertura de otros escenarios, otros relatos de la contemporaneidad.

Salvando las lógicas distancias entre ambos ámbitos y asuntos, es similar a lo de aquel berlinés que, en plena ola de rearme en la Alemania nazi de los años treinta del siglo pasado, caminando por la calle con su hijo en brazos, se encontró con un amigo, al que se quejó de que no tenía dinero para comprarle un cochecito. El otro, que trabajaba en una fábrica, quedó en pasarle a escondidas las piezas que necesitaba para que pudiese “armarlo”.

 Cuando se vuelven a encontrar, el amigo, al ver que continúa con el hijo en brazos, le pregunta sorprendido qué es lo que ha pasado, a lo cual le contesta el padre del niño:

“Puedes llamarme de todo, inepto, lerdo, torpe, incapaz, al margen de que no sé mucho de mecánica. ¡Pero he montado el cacharro unas cuantas veces y en cada ocasión sólo me sale una “metralleta!”.

Gregorio Vigil-Escalera

De las Asociaciones Internacional y Española de Críticos de Arte (AICA/AECA)