¿El arte no sabe si nos acompañará cuando estemos muertos?
Pasamos por el arte moderno, nos vinimos al arte contemporáneo, después al posmoderno y ahora el pandémico o pospandémico. La rueda no cesa. Nos dijeron que había que abrir y cerrar ciclos, periodos, etapas, fases, que desbordar límites y confines, que incluir medios, recursos y procedimientos de la imparable era tecnológica y científica, y que instaurar nuevos principios tan flexibles como juncos que puedan intercambiarse, desplazarse y sustituirse.
Incluso que habría que recuperar la práctica artística en su papel crítico empezando por la admisión de su enajenación y responsabilidad en el fomento de la alienación, haciendo de su propia reificación su objeto de estudio (vamos, que no va a quedar incólume después de haber cometido tantos latrocinios y dejarse seducir por el relativo reconocimiento del que disfruta).
En consecuencia, en el ámbito del arte hay que actuar sin tregua, no dar descanso, no permitirse un momento de respiro, especialmente cuando en estos momentos existe todo un aparente, meticuloso y organizadísimo mercado que permite su difusión y compra (eso para algunos, que quede claro). El que este último, a pesar de tanto bombo y platillo esté compuesto por unos pocos centenares o millares de individuos, no importa (Gillo Dorfles), son la élite escogida, adinerada y señalada.
Es más, autores como Romero Brest consideran que la aspiración del arte de nuestro tiempo desea un grado de impersonalidad absoluta (¿?) como jamás se ha conocido: éste sería el sentido de la aventura. Pues lo que caracteriza a la expresión impersonal es la subordinación de las formas a las ideas -si fuese lo contrario empezaría a preocuparme-, tanto más impersonales cuanto más se acerquen a la idea matemática.
Puestos a ello, me convencería mejor un arte metafísico que vaya más allá del ente para apresar en su trascendencia el misterio de la nada (Heidegger).
Para concluir y no darle más vueltas al asunto, se puede llegar a coincidir con el filósofo Spaemann en que cualquier tipo de progreso es el dominio de la norma tradicional, junto con la formación de una fantasía creadora y la competencia comunicativa, es decir, la facultad de entendernos sobre lo que existe y lo que podría existir.
Gregorio Vigil-Escalera
De las Asociaciones Internacional y Española de Críticos de Arte (AICA/AECA