El arte, a pesar de estar muerto, vive

La tan repetida muerte del arte ha pasado del desenlace de una interpretación histórica que viene desde Hegel y su absoluto, a un tópico travestido de vacío de futuro; de efectos de treinta mil años de historia a la nada del siglo XXI; de significados fértiles a conceptos gastados; de poéticas visuales a imágenes apagadas por falta de pago.

Y, en cambio, este anuncio necrológico no tiene lugar en la literatura, en la ficción o en la filosofía, por no hablar de otras disciplinas. La evolución biológica de estas materias no se considera marchita. ¿Por qué entonces en lo que respecta al arte? ¿Es que acaso ya no hay una imaginación que se desarrolle a partir de una imagen perceptiva, de una sensación, de una experiencia física y psicológica (Herbert Read)? ¿Se acabaron incluso los ideales eternos, si es que alguna vez los hubo? ¿Es que la invención a caballo de la creatividad siquiera implica ni implicará descubrimientos y realizaciones?

Claro que si buscamos fenómenos correlativos, topamos con Frankis Fukuyama y su diagnóstico profetizado del fin de la historia acompañado del regocijo consiguiente por el comienzo de una utopía de la estabilidad liberal y democrática mundial, que, por lo visto, sigue, pese a todo, en busca y captura.

Pero entretanto el fin no llega si la historia prosigue en movimiento y dado que el arte es histórico, según sentencia Heidegger, entre otros, al proclamar que siempre que acaece el mismo viene a la historia un impulso que le impele a empezar o volver a empezar. Así es como puede entenderse que la historia puede pasar a ser considerada como un proceso de factura humana, que se extiende hacia atrás hasta un pasado infinito o indefinido, y hacia delante hasta un futuro sempiterno o ilimitado.

Por lo tanto, obvio es que el tiempo se puede contar en dirección al pasado y también con destino al futuro, en un proceso interminable, con lo que se hace veraz la frase de Cézanne de que “el tiempo y la reflexión, por lo demás, van modificando paulatinamente nuestra visión hasta que, por último, llegamos a comprender”. Y esa visión, sea delirante o subyugante, continúa y se defiende, busca y reacciona, no se rinde en tanto no se doblegue el hombre y el artista.

Gregorio Vigil-Escalera

De las Asociaciones Internacional y Española de Críticos de Arte (AICA/AECA)