Dragó

Dragó no era un gran escritor, pienso, desde mi falta de criterio para establecer qué sea exactamente un gran escritor. Con todo, algo creo saber de estos menesteres como para atisbar que si hubiera sido solo por la calidad de sus páginas, su despedida de este mundo traidor hubiera sido más discreta. La ceremonia de los adioses al autor de Gárgoris y Habidis ha estado llena de estruendo y retumbar de tambores mediáticos, y, en mi opinión, ese jaleo está justificado. Fernando Sánchez Dragó no ha sido un gran escritor, pero ha sido un extraordinario hombre de letras, un apasionado del mundo libresco y el mejor comunicador audiovisual en materia literaria que ha dado este país en los más de sesenta años de existencia del juguete mágico al que durante mucho tiempo los intelectuales llamaron tontamente caja tonta.

Sus programas en TVE, Encuentros con las letras, Biblioteca Nacional, Negro sobre blanco; en Telemadrid, Noches blancas, o en Radiocadena Española, El mundo por montera, son formidables lecciones impartidas por un presentador-escritor que tenía la portentosa capacidad de hacer de la palabra una fiesta vivida con arrebato y generosidad. Es verdad que tenía, y no escondía, un ego como una catedral gótica, pero no era un ego antipático y excluyente, sino que se codeaba gustosa y felizmente con otros egos. Recuerdo programas de televisión sobre libros, de antes y de ahora, hechos en general con buenos materiales y conducidos con soltura y elegancia, pero ninguno, ni de lejos, alcanza el vuelo de los de Dragó, lo más parecido al francés Bernard Pivot y al alemán Marcel Reich-Ranicky que ha dado este país rico en fauna y flora literarias.

Yo lo entrevisté hace unos años para Informe Semanal junto a mi compañera Teresa Pérez Casado y pasamos con él unas horas deliciosas, porque era un tipo simpático y amable, un charlatán con la palabra exacta, barroco y enamorado de la vida, de esa vida que ahora le ha traicionado. Como Teresa y yo discutíamos con calor a propósito de los asuntos profesionales, Fernando nos preguntó, con cierta guasa, si éramos matrimonio, y no, no éramos matrimonio, pero con él formábamos un trío encantador, que era quinteto si añadíamos a nuestros compañeros cámaras Días Oliván y Echeíta.

Era un hombre que vivía con entusiasmo en la polémica permanente, un guerrero con armas de jugar, que no de matar, que se divertía en la discordia y el escándalo: los fomentaba con verdadero disfrute, de manera que no hay porque extrañarse de que su muerte haya sido acogida con diversidad de opiniones, no ya solo por los asuntos literarios, sino, sobre todo, por los políticos. En los últimos años se apuntó a las filas de VOX, y fue el propiciador de la pintoresca y grotesca moción de censura encabezada por Ramón Tamames. En su juventud remota, años 50, estuvo en las filas del Partido Comunista y algún tiempo en la cárcel por esa militancia, cosas que a él le gustaba resaltar para apuntarse una medalla. Pero ni comunista, ni fascista, Dragó solo militó en sí mismo y en la literatura, en el jaleo y la fiesta perpetua. Bailó mucho, por recurrir a la famosa expresión, y no habrá guapo que se lo quite.

En las redes, que son múltiples y casi infinitas, se ha leído de todo, como es natural, porque las redes no son otra cosa que la posibilidad de la democracia directa, del plebiscito permanente. Las redes somos los que escribimos en ellas y las leemos, de ahí que encontremos en las mismas jardines y estercoleros. Cada cual comparece con lo que tiene. Yo lo entiendo todo salvo a los que han celebrado la muerte de Dragó, en una orgía de execración que se me escapa. Digo lo que escribí en uno de esos fangosos foros: es miserable celebrar la muerte de nadie.

Original en elobrero.es

Juan Antonio Tirado, malagueño de la cosecha del 61, escribe en los periódicos desde antes de alcanzar la mayoría de edad, pero su vida profesional ha estado ligada especialmente a la radio y la televisión: primero en Radiocadena Española en Valladolid, y luego en Radio Nacional en Madrid. Desde 1998 forma parte de la plantilla de periodistas del programa de TVE “Informe Semanal”. Es autor de los libros “Lo tuyo no tiene nombre”, “Las noticias en el espejo” y “Siete caras de la Transición”. Aparte de la literatura, su afición más confesable es también una pasión: el Atlético de Madrid.