Dignificar los impuestos

Tengo que echar mano de la memoria y acudir a los primeros años de la nueva Constitución, la de 1978, esa en la que nos estamos apoyando, para exigir que la democracia funcione, para recordar los sentimientos con los que conviví sobre la extensión de los impuestos a todos los ciudadanos.

En la sociedad de aquellos primeros años, después de la muerte de Franco, los ciudadanos estaban deseosos de cooperar para mejorar los servicios a través de los impuestos. En todas las clases sociales estaba instalado el deseo de que se implantara un sistema fiscal encargado de recaudar, con justicia y equilibrio, unos impuestos que nos permitieran mejorar nuestros sistemas de protección social. Estábamos deseosos de ampliar y mejorar la sanidad, ampliar y abaratar la educación, construir esas carreteras que facilitaran los traslados de unos puntos a otros del país para agilizar los transportes, teníamos idealizada la aportación de unos tributos que nos hicieran sentirnos mejor y más solidarios. Y era así. Los impuestos estaban dignificados.

Un sentimiento que poco a poco ha ido desapareciendo, más por la culpa de los gestores de esos impuestos, que por cualquier otra circunstancia. La aparición de la extrema izquierda en España está cambiando muchas cosas, pero a peor. Pretenden culpar siempre a los ricos, a las grandes empresas, a los empresarios, a los trabajadores con sueldos altos, a los autónomos… Y no creo que sea así. Y no lo creo, porque no son los grandes capitalistas los que más pagan. Los más perjudicados de las subidas de impuestos están en la clase media. Los trabajadores, los pequeños empresarios, los autónomos. Todo repercute en ellos y son ellos, la clase media, los que mantienen la inmensidad de gastos públicos que hay en España. La extrema izquierda siempre habla de millonarios, la banca, las grandes empresas, pero es falso. Los impuestos terminan saliendo de los bolsillos de esa sacrificada clase media, que trabaja y paga para que mucho, quizá demasiado vivan de unos impuestos, no siempre justamente.

El sentimiento de adhesión a los impuestos que existía en 1978 ha desaparecido en 2020. Hoy no es así. Quienes pagan en la actualidad, tienen la sensación de ser engañados. Existe el convencimiento de que su dinero no se utiliza para beneficio generalizado de los ciudadanos. Cada vez se extiende más la creencia de que los impuestos se reparten en exceso entre un montón de subvenciones innecesarias e interesadas.

Las subvenciones se decantan como ese muro al que nadie le puede decir que no, porque va contra la solidaridad y quita votos. Y en ese vaivén, se derrocha un montón de millones del erario público. Dinero que podría destinarse a una auténtica red de apoyo social a dependientes y otras figuras que necesitan y exigen esa subvención. Sin embargo, cada día estamos más cerca se ser un país subsidiado, que de construir una sociedad que invita a los jóvenes a tener iniciativas e inversión. En vez de ayudar a la juventud a invertir y crear riqueza, se le manda el mensaje de “no te preocupes que te vamos a pagar, aunque estés de okupa”

Los partidos políticos están obligados a dignificar los impuestos, aclarar todo el dinero que se pierde por el camino, que es mucho. Tienen la obligación de ser transparentes y decirnos a los españoles dónde está ese dinero que reparten entre unos y otros, para qué usan los tributos que no son suyos, sino de la población que los paga. Los partidos políticos que gobiernan, tienen una deuda con los ciudadanos. Se trata de descubrir a ese montón de grupos que juegan con los datos y las situaciones, esos que esconden la verdad, para seguir chupando de un bote que, por desgracia, no tiene más contenido. Un bote que supera la deuda del billón de euros y que más pronto que tarde, tiene que recortar gastos. Y aquí surge un mensaje inevitable: antes de recortar sueldos, pagas o pensiones, es obligatorio para cualquier gobernante honrado y ético, acudir a ese caudal de subvenciones mal distribuidas, que son muchas y oscuras.