DIÁLOGO DE BESUGOS

-Buenos días.

-Buenas tardes.

De esta guisa empezaban los «Diálogos para besugos» escritos por Armando Matías Guiu, allá por el lejano 1951 en la revista DDT, como muestra y síntesis de la imbecilidad reinante. Guiu sostenía que en política «Nadie dice lo que piensa. Y algunos no piensan lo que dicen «. Título y observación que se ajustan como anillo al dedo a la actual situación de España.

No se trata de un diálogo de sordos; se parece más a un diálogo de besugos: se oyen las propuestas pero no se escuchan; dicen que negocian y sin embargo juegan a ver quién es el primero que se levanta de la mesa para cargar con el sambenito de haber roto las negociaciones, lo que supondría una nueva cita de la ciudadanía con las urnas, algo que todos rechazan pero que ya contemplan como la posibilidad de mejorar posiciones (más escaños). La última (hasta ahora) propuesta de PODEMOS al PSOE va en la línea de los ofrecimientos que nunca se podrán aceptar: asunción de todos los ministerios clave por parte de la formación morada, un aumento del gasto público excesivo (el papel lo aguanta todo) y tras algún que otro eufemismo, un referéndum para una posible independencia de Cataluña. Dejando a un lado los modos y las formas, son unos requisitos que se sabe de antemano que van a recibir un NO por respuesta. Puede pensarse que es un programa de máximos y que en las negociaciones se acercarán las posturas hasta límites asumibles por ambas partes. Y aunque en política casi todo es posible, el asunto de Cataluña se presenta como algo insalvable: la dirección del PSOE no puede ceder, pues sería desautorizada por parlamentarios y militantes y PODEMOS sufriría la «secesión» de sus componentes catalanes y el alboroto total de su particular «gallinero», soliviantado en Galicia y Euskadi. Y para mayor abundamiento, este hipotético pacto habría de lograr el apoyo o abstención de otras fuerzas que, hasta ahora, no parecen dispuestas a favorecer el gobierno de coalición entre PSOE y PODEMOS, con el añadido de que para reformar cualquier ley orgánica se tendría que contar con el PP, que tiene una minoría de bloqueo.

Visto desde el ángulo de puro debate político, lo único que parece interesar es la supervivencia de los dirigentes. Pablo Iglesias, el líder que mejor se maneja (y maneja) en los medios de comunicación representa la lucha generacional (Ortega y Gasset) frente a una superada lucha de clases; es la versión digital del caudillismo redentor que en España hunde sus raíces en Joaquín Costa, que desde su «regeneracionismo» pedía un «cirujano de hierro» para acabar con la corrupción que asolaba a la patria. Pero la toma de los cielos no puede dilatarse y quedar en otra revolución pendiente(falangistas). Es el ahora o nunca y el mejor escenario son otras elecciones donde el PSOE quede reducido a testimonial, como ya le ha ocurrido a otros partidos socialistas europeos, ante la incapacidad de la socialdemocracia a dar respuestas coherentes a una crisis de la que la ciudadanía los considera en buena parte responsables. Si no se produce el sorpasso la desintegración puede ser inevitable.

Pedro Sánchez, cuestionado desde el momento mismo de su elección, se juega su carrera política, pero también la de su partido. Elegido más por su imagen que por su peso especifico, parece ir tomando consistencia con el paso del tiempo, pero es el tiempo precisamente el que juega en su contra, con un margen casi imposible para acercar posturas y racionalizar propuestas. El PSOE detenta un poder autonómico y municipal que está muy por encima de lo que marcan sus registros electorales. Se sostiene merced a las alianzas y sobre ellas podría volver a recuperar la dirección del gobierno del Estado y superar una situación de equilibrio inestable que puede llevarle a darse de bruces con un electorado que lo considera culpable de la interminable crisis o que a lo largo del tiempo ha traicionado sus principios. La derrota de Pedro Sánchez supondría también la señal de que el PSOE se encamina hacia el museo de la Historia.

Por su parte, el PP se encuentra en vigilia permanente, con un aluvión de casos de corrupción que ya más que asquear, marean. Y las declaraciones solemnes de condena no pueden ocultar la lasitud con la que se han contemplado los numerosos escándalos. Solo se ha empezado a reaccionar cuando se ha comprobado en carne viva que la factura electoral ha sido muy alta, mucho más de lo que se temía y esperaba. Y para agravar la situación, el presidente del Gobierno en funciones se mantiene en llamada en espera: aguarda el batacazo del candidato del PSOE para (eso dice) presentar su candidatura, después de haber rechazado el ofrecimiento de formar gobierno, al encabezar la lista más votada. No recuperado del costalazo electoral del 20-D, Rajoy es un cadáver político que sus deudos todavía no se atreven a enterrar, confiados en que se repita el milagro de Lázaro.

El diálogo, por lo tanto, parece imposible, por más que el esforzado Albert Rivera quiera presentar a su partido como el comodín imprescindible y a él mismo como la Celestina necesaria para cualquier boda o apaño extraconyugal. Sin embargo, los problemas (riesgo de una nueva recesión, entre otros) no entienden de diálogos de besugos o las cuitas de un cadáver insepulto. Y contra más tiempo se tarde en alcanzar acuerdos, más costoso va a resultar para todos.