DESPUÉS DE LA DIADA

Por si había dudas, la cadena humana que recorrió Cataluña en la última Diada, ha dejado bien clara la pujanza del independentismo. Cierto que en el éxito de este despliegue se hicieron cosas que recuerdan las manifestaciones de «adhesión inquebrantable» al cantero de la ominosa noche de piedra que durante cuarenta años vivió España ―transporte gratuito, propaganda sin freno en medios de comunicación, etc.― , pero los matices no pueden servir de excusa a una expresión asumida por más de un millón de manifestantes. La bandera del nacionalismo catalán flamea al viento y, cual nube providencial, oculta o disimula los problemas que afectan a la ciudadanía en todo el territorio de Cataluña, que difieren en muy poco a los del resto del Estado. Bajo la sombra protectora de la bandera independentista se ha visto marchar juntas formaciones políticas con planteamientos tan dispares como Convergencia (derecha) o la CUP ( izquierda asamblearia).

En 1921 Ortega y Gasset publicaba «La España invertebrada» donde denunciaba un «proceso de  desintegración que avanza en riguroso orden, desde la periferia al centro, de forma que el desprendimiento de las últimas posesiones ultramarinas parecen ser la señal para una dispersión interpeninsular». A fecha de hoy no son posesiones ultramarinas lo que se pierde; es la crisis y sus efectos devastadores lo que hace a más de uno pensar que hay que soltar lastre y salvarse por su cuenta. La burguesía catalana y su élite dirigente no tuvieron demasiados escrúpulos en vivir y enriquecerse al amparo del proteccionismo comercial del franquismo. Llegada la democracia han gobernado sin interrupción, salvo el periodo de Maragall y Montilla, y, lo más importante, ninguno de los gobiernos centrales ha tomado decisiones de calado sin el acuerdo o visto bueno de CIU. La tan traída y llevada financiación autonómica siempre se ha resuelto con el consentimiento del gobierno catalán. Que en la práctica resulte desfavorable ya es otro cantar. La corrupción, el desmantelamiento de la Enseñanza y de la Sanidad y el empobrecimiento de la población no es una tarea exclusiva del «gobierno de Madrid»; en esos menesteres el «gobierno de Barcelona» saca nota alta.

Volviendo a Ortega y Gasset, en el debate parlamentario que sostuvo con Manuel Azaña el 13 de mayo de 1932, el filósofo madrileño señalaba que el problema catalán era irresoluble y solo se podría «conllevar». El independentismo catalán es un «sentimiento» de una buena parte de la población que no se siente española. El problema es que, todavía, hay también una buena parte de catalanes y españoles que «sienten a Cataluña como un ingrediente y trozo esencial de España» . Y la cuestión no es nada fácil de resolver. La restauración de la democracia, con todos los matices que se quiera, ha permitido la recuperación del idioma y la cultura catalanas, hostigados bajo la dictadura franquista, el desarrollo económico y social y, en definitiva, todo tipo de actividades dentro de un marco de libertades en el espacio común de la UE. En sentido estricto, podría pensarse que lo que realmente quieren multitud de catalanes es «no ser españoles». Y ese es un asunto de muy difícil solución.

MR ha respondido a Mas con una propuesta de diálogo permanente, que respete el marco constitucional. Pero para dar una respuesta satisfactoria a la petición del denominado «derecho a decidir» de la sociedad catalana, es preciso reformar la legislación vigente, algo que al actual presidente del gobierno de España puede que no se consiga sacarle ni con fórceps. Por otra parte, la propuesta del abrasado líder del PSOE, la concepción federal del Estado, es más bien una cuestión de palabras, pues son muy pocas las competencias de importancia que el gobierno central puede ceder a las autonomías. En la práctica, pasar del estado Autonómico, al Federal será poco menos que un cambio de nombre. Una secesión territorial es algo mucho más enmarañado que los términos de un divorcio, por la complejidad de los intereses en juego, como la permanencia o salida de la UE. Pero en última instancia, cuando uno quiere abandonar el hogar familiar lo mejor es que la marcha se haga de la manera menos traumática posible y dejarse de las acciones de violencia género.