DEMOCRACIA LOW COST

Siguiendo la muy noble tradición española de ser siempre originales, acabamos de superar a Giuseppe Lampedusa (El gatopardo) y su famosa recomendación de que «todo  cambie para que todo siga igual». Aquí no ha cambiado nada y todo sigue igual («Por el bien de España» argumentó la facción victoriosa del PSOE). Contra toda lógica de uso en una democracia con peso específico, un político que perdió una aplastante mayoría absoluta, se negó a aceptar el encargo de formar Gobierno y dirigió un Ejecutivo que tiene en su haber recortes brutales en sanidad, educación, derechos civiles, tratamiento fiscal escandaloso a los defraudadores, arrasar la hucha de las pensiones o incrementar la brecha social (entre otros logros, como encabezar los casos de corrupción) se dispone a afrontar otra legislatura como la única solución posible a los muchos problemas que aquejan a la sociedad española. Si esto es así, cabe preguntarse por lo que había enfrente para impedir que Mariano Rajoy siguiera ocupando el palacio de la Moncloa. Teniendo en cuenta los «méritos» del ya confirmado presidente del Gobierno, la conclusión nos lleva ante un grupo de insuperable cretinez política: todos rechazaban al candidato del Partido Popular, pero han sido incapaces de acordar una alternativa.

Por si alguno no se había enterado, la sesión definitiva de la investidura escuchó a un candidato que se mantenía en su tono entre displicente y amenazador: sus grandes logros, como la reforma laboral, no podrán tocarse y el apoyo a sus Presupuestos va de suyo o se irá a nuevas elecciones, con su partido con la mejor de las expectativas. La elección de Mariano Rajoy para seguir en la presidencia del Gobierno ha confirmado los muchos juicios y reflexiones a su favor de toda una cohorte mediática que bien podría hacer suyas las palabras de El Tebib Arrumi (Víctor Ruiz Albéniz, abuelo de Alberto Ruiz Gallardón) con motivo del cambio de Gobierno efectuado por Franco en octubre de 1940: «No cabe hacer más animado, más justo no más conveniente. Por Estadista todos te teníamos; ahora hay que concederte suprema categoría de político y gobernante» (citado por A. Viñas: SOBORNOS. De cómo Churchill y March compraron a los generales de Franco).

Las elecciones del 20-D ofrecieron la posibilidad de un cambio de Gobierno pero fue desaprovechada de forma tan estúpida como suicida: a las restricciones negociadoras impuestas por el comité federal de PSOE se unió el subidón de ego de los dirigentes de PODEMOS que tenían (y tienen) como objetivo final aniquilar al Partido Socialista para dejar a la formación morada como único representante de la izquierda. Era el momento adecuado, con un Partido Popular que había perdido de forma clamorosa una mayoría absoluta aplastante. Ni los poderes fácticos ni los medios de comunicación dependientes (prácticamente todos) hubiesen podido reaccionar para evitar lo que parecía posible: un gobierno de progreso. Lo que lo impidió es de sobra conocido y no procede extenderse más en este momento.

Tomando las declaraciones del «asesinado» Pedro Sánchez como manifestaciones de ultratumba, el hic et nunc del PSOE debería centrarse en volver a rearmarse ideológicamente ―tratando de superar su actual esclerosis política― y buscar las personas adecuadas para llevar a cabo una implementación que conecte y sirva a los intereses de la ciudadanía a la cual dicen que quieren representar. Mas la actual dirección socialista parece instalada en lo que Auguste Comte llamaba «la verdadera resignación»: «la disposición a soportar resueltamente los males necesarios sin ninguna esperanza de compensación» (citado por H. Marcuse en Razón y Revolución). Cierto que el futuro no está escrito, pero si el porvenir del PSOE depende del «paisano» Fernández y de la lady Macbeth versión faralaes, este viejo partido puede terminar en paradero desconocido.

Lo que sí parece evidente es que la «hábil prudencia» franquista está siendo ejercida al día de hoy por su paisano Rajoy ( la opusdeistica maza de acero en funda acolchada. Camino.397) para neutralizar a una oposición dividida y enfrentada que la hace inoperante y que va a permitir que se mantengan unas formas de gestión socioeconómica que han hecho estragos en el cuerpo social; los buenos datos macroeconómicos (por su desigual distribución) no presagian nada bueno. Son los inconvenientes de una democracia de escaso peso específico, donde los electores, en buena parte, optan por «lo malo conocido» antes de arriesgarse en otras aventuras. El intento de explicar este fenómeno ha provocado (y provocará) ríos de libros y estudios. Tal vez la explicación más aproximada esté en un reciente informe en el que se señala que la contaminación ambiental perjudica seriamente a la capacidad cerebral.