DEMOCRACIA KITSCH

Ante la decisión del Tribunal Constitucional portugués de tumbar parte de los recortes impuestos por el gobierno para ajustar el déficit, la Unión Europea ha lanzado su advertencia-amenaza: hay que cumplir con los compromisos contraídos, pues el pago de la deuda es sagrado. Después de Chipre, le toca a Portugal escuchar las llamadas de atención para no salirse de la senda marcada. Es curiosa la energía de los organismos comunitarios frente a países con poco peso especifico y su silencio ante la situación de la banca regional alemana, que se parece más a las cajas de ahorros españolas de lo que en principio pudiera pensarse de la «seriedad» teutona. Los controles a los que se ha sometido a los sistemas bancarios europeos, especialmente el español, no han sido aplicados en Alemania, dejando bastantes dudas sin despejar.

En Portugal, como en todas partes de la Eurozona, la Sanidad y la Educación son los objetivos esenciales de los recortes, y la Banca en su conjunto el destinatario de todas las complacencias y todas las ayudas. Solo en una democracia kitsch, de pura apariencia, los dirigentes políticos pueden mantenerse sin mayor problema: recortar en Educación y asegurar al mismo tiempo que la austeridad nos sacará del atolladero económico en el que nos encontramos es un acto de cinismo tolerado por una sociedad que no ha reaccionado todavía con la contundencia que la situación requiere.

La crisis sistémica del capitalismo del pasado siglo provocó en Europa la explosión del fascismo, la II Guerra Mundial y la expansión del engendro estalinista. La respuesta fue la economía social de mercado y su Estado de Bienestar, la expresión más razonable y equilibrada del capitalismo. Sin embargo, en la actualidad el poder financiero y especulativo, ya sin el freno de la referencia soviética, considera que ha llegado el momento de liquidar el Estado de Bienestar. Cuando se acusa a los dirigentes comunitarios, y de forma especial a la canciller alemana, de persistir en la senda equivocada de la austeridad de inspiración calvinista, no se advierte que el objetivo de la actual clase dirigente europea lo que pretende es acabar con las «prebendas» sociales para disponer de un sistema económico que pueda hacer competencia ─por la vía de los bajos salarios─ a las economías emergentes y, por supuesto, a China. La competencia se establece no por la elevación de la cualificación y los salarios de los empleados, sino por una reducción generalizada de las retribuciones y las prestaciones sociales. Y todo lo anterior presentado como algo ineludible para encontrar la salida del negro túnel en el que nos encontramos. Con tozuda insistencia se repite la historia: todos aquellos que prometen el paraíso empiezan por establecer, precisamente, el infierno como paso previo e indispensable.

Todo parece indicar que se da por buena la liquidación de las clases medias europeas, actualmente desnortadas y sin ningún tipo de reacción ante la ruptura del cordón umbilical que las mantenía conectadas con el sistema y del que tenían una amplia percepción de pertenencia. En contrapartida, el fortalecido, de momento, es el sistema financiero que ha recibido todos los beneficios que han generado los sacrificios que se le han impuesto al conjunto de la sociedad. Si aguzamos bien el oído, desde la City londinense hasta el más recóndito de los paraísos fiscales vuelve a escucharse la «Canción del comerciante», perteneciente a la obra La medida adoptada de B. Brecht y que concluye con un clarificador «Yo no sé lo que es un hombre, sólo se su precio«