DEL KAIRÓS A LA HIBYRS
En el corto lapso de tiempo que va entre el 20-D y el 26-J la izquierda ha pasado del momento oportuno (kairós) a una situación de profundo desasosiego y de consecuencias nada positivas (hibrys). Los resultados electorales de finales del pasado año permitían configurar una alternativa a un gobierno del Partido Popular que perdió de forma estrepitosa su mayoría absoluta y se vio ante la clara amenaza de ser desplazado del poder en el ejecutivo del Estado. Pero una vez más la izquierda española fue fiel a su historia: las diferencias pesan más que los puntos en común, para alivio de sus adversarios políticos.
Los comicios del 26-D han servido de revulsivo a un PP que, junto con su líder, estaba contra las cuerdas. Los casos de corrupción parecen asumidos por la ciudadanía (al menos a la hora de votar) como algo superado; la creación de empleo de baja calidad y mal pagado se acepta con el fatalismo de «siempre es algo mejor que nada»; el saqueo a la caja de las pensiones (¿cómo hubiesen pagado si no se dispusiera de la hucha dejada por «la herencia» de ZP?) se ha convertido en la práctica habitual que «confirma» la buena marcha del crecimiento económico, junto a una deuda pública incontrolable y un déficit que se incumple año tras año y que acarreará sanciones, con independencia de las promesas del Gobierno en funciones. Si las sanciones dependen en última instancia de Alemania, como muchos apuntan, podemos darnos por empapelados: como señalaba el desaparecido humorista Jaume Perich, nada bueno puede esperarse de gente que para darte las gracias utiliza la palabra «tanque».
Pero los resultados de la reciente cita electoral han vuelto a confirmar el hundimiento ¿inexorable? del PSOE y no especialmente por la presión de PODEMOS, sino por la exacerbación de sus impulsos cainitas. La hibrys que aflige a los socialistas responde al proverbio griego según el cual «A quien los dioses quieren destruir, primero lo vuelven loco». La última noche electoral mostraba a un líder zarandeado por un resultado pésimo, a pesar de haber evitado el adelanto de la coalición entre IU y PODEMOS. El cuestionamiento de Pedro Sánchez, iniciado desde el minuto uno de su elección, continúa. Pero no se recurre a un cuestionamiento claro; se acude a la declaración esporádica; al amago de presentarse a la sustitución pero sin terminar de concretarse (caso de Susana Díaz). Con este panorama, cabe deducir que los socialistas no necesitan ayuda para hacerse el ara-kiri: ellos se bastan y sobran. La falta de sintonía entre el electorado potencial y la estructura dirigente del PSOE parece arduo de reactivar.
PODEMOS, dejando a un lado la pesada digestión de una alianza que ha restado e impedido adelantar a los socialistas, acaba de descubrir una cruda realidad: la tantas veces proclamada opción de progreso o de izquierdas, que incluía a los nacionalistas catalanes, era algo más parecido a un deseo que a una realidad tangible. Sin ponerse estupendo, puede considerarse de izquierda a ERC, pero incluir en ese bloque a los nacionalistas de CDC (podridos hasta la médula de casos de corrupción que les han obligado hasta a cambiar el nombre) es tener ya una manga muy ancha. La votación para la mesa del Congreso ha colocado a cada uno en su sitio, con apoyo mal disimulado a la candidatura del PP, y ha provocado la caída del caballo de Pablo Iglesias, que ya ve la alternativa progresista como algo imposible. Ya solo le resta dedicarse a su juego preferido: no es ver la serie «Juego de tronos»; se trata de aprovechar la contradicciones y luchas internas del PSOE para desplazarlo del protagonismo de la oposición.
Ahora el PP, por «el bien de España», se acerca a los nacionalistas. En diciembre este movimiento era considerado como de lesa patria, al amagarlo la dirección del PSOE. El propio comité federal marcó a su secretario general unas líneas rojas que el Partido Popular se va a pasar por el arco del triunfo. Si las negociaciones no cuajan y no consigue el apoyo en diferido del PSOE, en el último minuto, el plan B de Mariano Rajoy pasa por unas terceras elecciones (advertencia ya lanzada, con posible negativa a presentarse ante el Congreso para pedir su investidura si no lo tiene todo atado y bien atado) de las que espera obtener resultados que le lleven hasta la mayoría absoluta. Son planteamientos que recuerdan la aseveración del escritor checo Jaroslav Hasek (Las aventuras del buen soldado Svejk): es muy difícil librarse de un botarate.