DEL ESPECTÁCULO DE LA POLÍTICA…

Teófilo Ruiz

A la política del espectáculo. Hay una línea imperceptible que se viene traspasando desde la noche de los tiempos: podemos situar su arranque (simplemente por acotar) en el discurso funerario de Pericles, seguir con las catilinarias de Cicerón, continuar con las llamadas papales a las cruzadas; sin olvidar el espectáculo de la guillotina, Lenin en la estación Finlandia o el irresistible ascenso de Hitler. Todos momentos de una realidad «no razonable» (Hegel) y, por tanto, necesitada de ser alterada para conformarse con la razón. No parece desacertado avanzar que nos encontramos en unos momentos en los que la realidad pide ajustes severos para que se aproxime a lo razonable. Sin embargo, las soluciones que en estos momentos muestran mayor pujanza no mueven al optimismo. El nuevo presidente de USA es su paradigma más inquietante.

La política y sus actores desde  siempre han ofrecido espectáculo, pero la utilización de la imagen como arma poderosa de propaganda se inicia con el documental de Leni Riefenstahl (El triunfo de la voluntad) sobre el congreso del partido Nazi, en 1935. Otro hito más cercano lo podemos situar en el debate televisivo entre Richard Nixon y J.F. Kennedy, seguido de los maratonianos discursos de Fidel Castro, prolongado por Hugo Chávez y culminado, hasta ahora, por la irrupción de Donald Trump. Una vez más la imagen, apelando más a los sentimientos que a las argumentaciones, se ha impuesto a caballo de propuestas tan irreales como peligrosas.

La nueva versión del capitalismo (la economía global) apoyada en el anarco-nihilismo de Wall Street y sus acompañantes europeos y asiáticos, junto a la versión de explotación intensiva de la economía china ha generado un importante crecimiento técnico e industrial, pero a cambio amenaza con llevarse por delante el difícil equilibrio ecológico del planeta, al tiempo que está acabando con los logros del denominado Estado de Bienestar y provocando una desigualdad insoportable. A todo ello hay que sumar los movimientos migratorios de millones de personas―otra vez la imagen rozando las conciencias― producto de conflictos regionales provocados, en la mayoría de los casos, por intereses poco confesables que solo benefician a grandes corporaciones  empresariales.

Y la solución que se ofrece para rectificar el rumbo de ese tren que se encamina hacia una nueva crisis de consecuencias insospechadas, pero seguro que muy graves, es el nacionalismo; un nuevo jinete del apocalipsis que cabalga a lomos de ese caballo desbocado que forman los medios de comunicación, dopados con la fuerza imparable de las redes sociales. De nuevo el nacionalismo como bandera para justificar el odio o para tapar las vergüenzas de los latrocinios.

El recién estrenado Trump prometió en su campaña medidas de corte nacionalista en lo económico y social; y se dispone a cumplir sus promesas. Un solo punto parece que no va a respetar: sus descalificaciones hacia Wall Street y sus manejos se han traducido en todo tipo de nombramientos para los puestos clave de la dirección económica de su gobierno. Reagan, que de mal actor de cine pasó a presidente, logró con su política acelerar la implosión de la URRS; Trump, de empresario nada partidario de pagar impuestos y presentador hortera de televisión, se propone torcerle la mano a China, cerrar su país a cal y canto a la emigración y, ya de paso, golpear a la Unión Europea hasta que se desmorone. Pero este Mussolini 3.0. no está solo: la mitad de la población de su país le apoya, según varios sondeos. Y, además, su triunfo ha venido a reforzar posiciones nacionalistas y xenófobas en otros lugares como Reino Unido, Francia, Holanda o Hungría. Cierto que los medios de comunicación terminan devorando a sus ídolos, ante la necesidad permanente de la novedad, o hacen de cualquier icono revolucionario un objeto de consumo (Mayo del 68, Che Guevara, Mao). Pero habrá que convenir ―con ejemplos de la Historia― que hay pocas cosas más serias que las ocurrencias de un payaso (político): casi todas suelen terminar en tragedia.