Dejemos la polémica para el debate
Aparentemente el debate entre el “realismo” y los otros “ismos” más contemporáneos basados en el mundo de la abstracción, la materia, el concepto, el kitsch, etc., parecía superado además de agotado. Siempre se daba por hecho que el primero estaba ligado a un compromiso político, porque su práctica implicaba un fuerte impacto y proyección de imágenes y representaciones ansiosas de una penetración visual que conmoviese, sensibilizase y obligase a tomar conciencia, máxime cuando el considerado arte de vanguardia estaba supuestamente reservado a una minoría también supuestamente intelectual y entendida.
Se llegó a defender por algunos que el único arte válido era el realista por ser el más comprensible para las masas y que el artista debería trabajar para ellas. Por lo tanto, las obras deberían ser realistas, al ser las únicas
que se pueden captar y sentir, y hacer reflejar la mecánica política, social, visual, artística y emocional. Aunque, es adecuado señalarlo, la acepción de masa actualmente ya es obsoleta, incluso antes, tal y como lo enfatizaba Antonio Machado negando rotundamente que el hombre masa existiese.
Por otra parte, hay una mayoría de autores que separan claramente el quehacer creativo, que debería ser autónomo e independiente, de una sumisión a unos órdenes formales anclados en una concepción realista que, incluso con una renovación constante y tecnológicamente puesta al día, está excesivamente limitada, a pesar de que los medios e instrumentos modernizados, como los murales, las instalaciones, los fotomontajes, los perfomances, vídeos, ensamblajes, graffitis, etc., apuntan a todo lo contrario y probablemente conciten más atención.
Con lo que cabe una distinción entre un compromiso político personal y una práctica artística independiente y autónoma, pues al fin y al cabo la revolución en el campo del arte, como han demostrado suficientemente Cézanne y Picasso, siempre es plástica (Sebastià Gasch), lo que no obsta a que el mismo Miró entendiese que una cierta clase de realismo es una manera excelente de vencer la desesperación.
Y es que el arte, en cada oleada de producciones que aparece, implica significaciones múltiples y no unívocas, tanto como para que el mismo fenómeno de lo real sufriese, como era lógicamente de esperar, alteraciones, evoluciones y configuraciones que lo han hecho diferente a un mero efecto visual y didáctico.
Por tanto, es evidente que este tipo de debate no tiene visos de una afortunada conclusión, a la vista de una necesidad de educación estética de la que hoy se carece, y que hará que la actividad artística siga en manos de grupos elitistas y el mercado y su valoración sea el resultado de elementos aleatorios, casuales, mercantiles, totalmente ajenos al significado auténtico del arte. Entre otras cosas, porque en la época de decadencia en la que estamos sumidos, la pasión se concentra en la desaforada extensión de la cacharrería tecnológica.
La verdad es que llega un momento en que la duda se apropia de la situación vigente y ya no se sabe si esa estimulación de la inteligencia visual del hombre es acertada para poder aprehender todo el potencial óptico del que disponemos, lo que se transformaría en la facultad de establecer analogías, deslindar metáforas, reconocer e identificar, entender las relaciones formales y percibir la complejidad de ideas y sensaciones.
Gregorio Vigil-Escalera
De las Asociaciones Internacional, Española de Críticos de Arte (AICA/AECA)