Déjalo ya. ¡Qué pesado te estás volviendo!
Vamos a ver, ¿se trata ahora de arte (contemporáneo) o de marcas, nombres, precios, modas, inversiones, juguetes, gangas, ripios, discursos, etc.? Tenemos actualmente tanto una visión globalizada como prácticas anti-globalización, tanto imaginarios y objetos (artísticos) tecnológicos como híbridos y high-tech, así como el paso de lo analógico a lo digital. En suma, que no nos privamos de nada.
Y entonces viene Jeff Wall, con el fin de completarlo, para decirnos que el significado casi carece de importancia y que no hace falta que entendamos el arte, basta con que lo experimentemos plenamente (sic).
No obstante, ante tales coherencias o incongruencias, Bourdieu tiene que aguar la fiesta y, dando un manotazo en la mesa, es tajante cuando afirma que hay que dejarse de pamplinas, que el arte se presenta como aquella mercancía – ¿a qué me suena? – cuya carencia de propósito la hace especialmente apropiada a efectos de distinción social.
Rematando lo cual, otros autores hablan de un avance de lo cognitivo a lo efectivo (sic) y a una nueva forma de contemplación activa y participación que configuren y generen un nuevo espectador, -o sea, el mismo, pero con otras gafas- cosa harto difícil si tomamos en consideración que lo contemporáneo es un espécimen de imposible definición y simbolización, aunque se siga manteniendo una disputa sobre ello (Alexander Barros).
Total, que nos rendimos en lo referente a que no hay criterio o juicio normativo que valga, que se recurra del todo a la mezcla de medios y a la ruptura de los límites entre arte y no-arte, pero lo único indiscutible es que lo contemporáneo, en su sentido más literal, abarca aquello que se produce en este mismo momento, sin señalar ninguna dirección de desarrollo estético.
Gregorio Vigil-Escalera
De las Asociaciones Internacional y Española de Críticos de Arte (AECA/AMCA)