DEBATES A «KANTAZOS»
Los debates, parte fundamental de toda campaña electoral que se precie, han comenzado antes de que de forma oficial se inicie el periodo de agitación propagandística. Y lo han hecho con los líderes de las dos formaciones emergentes de moda: Ciudadanos y Podemos. Y sin parar en barras, en recinto universitario, se han descolgado invocando el nombre de Kant. Y lo han hecho, sino en vano, en forma errónea.
Pablo Iglesias se refirió al ejemplo ético y moral que da Inmanuel Kant en «Ética (sic) de la Razón Pura». No fue producto de un lapsus confundir la «Ética» con la «Crítica». Sencillamente fue pura ignorancia y ausencia de lectura. Albert Rivera no quiso ir a la zaga y también mostró su entusiasmo por Kant, aunque acto seguido admitió no haber leído nada del pensador de Koenigsberg. No cabe duda de que estaban mal asesorados y arrancase con «La Crítica de la Razón Pura» fue un acto en exceso osado pues se trata de una de las obras fundamentales de la Filosofía, aparecida en 1781, y revisada por su propio autor seis años después, para «aclarar» algunos puntos que no estaban al alcance de la mayoría de los potenciales lectores.
Si los telegénicos políticos que aseguran su total disposición (como no podía ser de otra forma) para desempeñar la jefatura del Gobierno querían citar a Kant podrían haber recurrido a una obra escrita en 1795, pero que, vericuetos de la historia, tiene bastante vigencia en las circunstancias globales en las que nos encontramos. En «Sobre la paz perpetua» I.K. realiza un reflexión que parece pensada para hoy mismo: «El estado de paz entre hombres que viven juntos no es un estado de naturaleza, que es más bien un estado de guerra, es decir, un estado en el que, si bien las hostilidades no se han declarado, si existe una constante amenaza. El estado de paz debe, por tanto, ser instaurado«. La solución para alcanzar el objetivo de «la paz perpetua» pasa por transformar las hostilidades abiertas o latentes en la instauración de una federación de estados libres y con respeto escrupuloso a los acuerdos alcanzados.
Se supone que en próximos encuentros, con una audiencia menos receptiva a cabriolas filosóficas (ahora que se va a relegar de los estudios a la Filosofía), los jóvenes aspirantes a La Moncloa concreten sus programas en asuntos tan prosaicos como el paro juvenil, la dependencia, las pensiones o el movimiento centrífugo catalán. O, sin ir más lejos, la respuesta ante el «choque de civilizaciones» que parece que quieren provocar los fanáticos que utilizan el nombre Alá para imponer, a golpe de atentado, sus planteamientos políticos.
Los actuales aspirantes a la jefatura del Gobierno, incluido el candidato del PSOE, cifran la mayor parte de sus esperanzas en la imagen, en su presencia ante los medios de comunicación. Son conscientes de que la imagen, la presencia ante las cámaras de televisión y las redes sociales, ha desbancado y reemplazado al discurso, a las palabras: actuar o difundir un mensaje de mínima extensión será más efectivo que un programa razonado y que, al final, nadie atiende. En contraposición, el representante de la «vieja política», el actual presidente del Gobierno, huye de los debates y de las cámaras como alma en pena. La inminencia de la cita electoral y los avances de las encuestan han multiplicado de forma exponencial su presencia pública, pero es «forzada», asumida como un peaje ineludible (con la sola excepción de su actuación como comentarista deportivo ocasional). La razón es que cree que su principal argumento y apoyo es el miedo; el recelo de una parte nada desdeñable del cuerpo electoral que teme los cambios posibles como a un ventarrón. De ahí que se presente como el valedor de unos derechos que su acción de gobierno ha reducido a su más mínima expresión o que se reivindique como la única solución para un problema, como el separatismo catalán, que él y su partido han potenciado (y potencian) desde hace varios años. Lo que sí cabe no temer es que el candidato del PP se descuelgue invocando a algún filósofo de prestigio. Con la lectura de la prensa deportiva (según confesión propia) tiene bastante.
Como señala Kant en «Sobre la paz perpetua» , «No hay que esperar que los reyes filosofen ni que los filósofos sean reyes«, pero sí que hubiera algo de consistencia tras la imagen o la actitud de pragmática ramplonería de corto plazo.