¿De qué va el arte?
Ya es un paradigma que la invención de nuevas semánticas es la que marca la deriva hacia una mayor inteligencia -¡qué falta nos hace!- y percepción visual, dejando para otras y muchas teorías el recurso a claves semióticas que implican un descifrado a cargo de congregaciones secretas –la del Santo Oficio, no, por supuesto-.
Sí es cierto que los “ismos”, hoy ya fermentadores históricos, fueron creando fabulaciones artísticas sirviéndose de diversos procedimientos y operativos estéticos, con lo que así es como fueron apareciendo como una nueva experiencia y un reto al modelo de apreciación existente en el pasado siglo.
Pero a partir de finales del XX y principios del XXI se llega para algunos a la muerte del arte cuando para otros es sencillamente que se había llegado abiertamente a un punto muerto.
Se hablaba de su cosificación entendida como objetualización, de la ornamentalidad autosatisfecha de la abstracción o de ese fruto más jugoso y ambicioso como es el “kitsch”, del que Gillo Dorfles comentó que luego de haber probado su gusto dulzón y azucarado –yo me salvé porque soy diabético- es difícil que el gran público se incline por alimentos más genuinos o menos fácilmente apetitosos. No en vano Michel Fried señalaba que la obra complaciente es intrínsecamente mediocre porque busca establecer una relación teatral con el espectador y congraciarse con él.
A su vez, Herbert Read adopta una actitud más melodramática al declarar que la autenticidad del arte está trabada en una lucha heroica (sic) contra la mediocridad y los valores masivos, y, que de perder la guerra, habrá muerto. Y de producirse su fallecimiento, el espíritu humano se tornará impotente y el mundo volverá a caer en la barbarie –en la que no nos engañemos, todavía seguimos-.
En conclusión, hay que continuar confiando –no rezando- en la vitalidad del arte, en su poder transformador y comunicador, en la creación, en el artista que imprime forma a la materia en una actividad que a la vez que refina los sentidos inventa y perfecciona los símbolos del discurso (Herbert Read), aunque poniendo siempre en duda –para eso la tenemos constantemente disponible- lo de que el arte moderno y el contemporáneo sean el gran escenario en el que los temas decodificados fueron introduciéndose (Andrea Giunta).
Gregorio Vigil-Escalera
(De las Asociaciones Internacional y Española de Críticos de Arte (AICA/AECA)