¿De qué le sirve al arte el espectáculo del a muerte?

La experiencia estética es un no rotundo a la muerte y un sí a la vida, a su perennidad, con energía y entusiasmo. Lo que se traduce en un impulso vital y creativo que se manifiesta en distintas líneas de desarrollo, de las cuales algunas serán más emblemáticas y, por lo tanto, formarán parte de la historia del arte, y otras quedarán a medio camino o retrocederán.

En conclusión, el arte es todo un grito de sublevación contra la muerte, pues se ve para vivir y se vive para ver. Incluso Bergson manifiesta que el arte es propio de una sociedad abierta que da impulso creador a la vida, y no de una sociedad cerrada basada en la costumbre y en la obediencia.
Por consiguiente, el arte es vida vivida e inseparable de su significado histórico-cultural, al mismo tiempo que, según Simmel, lo contrario de esa vida no es la muerte, ¡sino la inmortalidad!

No importa que para Schopenhauer el arte sea sólo una contemplación de formas, que Karl Jaspers observe en él un proceso de degeneración a partir del siglo XX, o que Ortega y Gasset considere que en los últimos años de dicho siglo se haya producido una fase de privación de vida hasta convertirse él mismo en algo próximo a un mero juego.

 No, lo que tiene importancia es que estando ya en el siglo XXI la experiencia estética es aquella en la que se reencuentra la inspiración cósmica (Gregory Batesos), aunque ello implique una estética hespérica que concibe el estilo de un mundo como una selva oscura habitada por monstruos o el interminable fluir de las fatigadas y caducas chapuzas que los artistas eminentes siguen despachando todavía después de haber sobrepasado el límite de sus energías creativas.

 

Gregorio Vigil-Escalera

De las Asociaciones Internacional, Española y Madrileña de Críticos de Arte (AICA/AECA/AMCA)