DE MAS EL ASTUTO A PUIGDEMONT EL VALIENTE
En el último segundo, cuando los enteraos empezaban a hacer pronósticos sobre las inevitables nuevas elecciones, Artur Mas, también conocido como el astuto, sacó un conejo de su chistera y designó (en la mejor forma caudillista) a su sucesor al frente del gobierno de Cataluña. Lo preceptivo era una ronda de conversaciones entre la presidencia del Parlament y los grupos de la cámara. Pero como el tiempo corría en contra, pelillos a la mar y a otra cosa.
«No son épocas de cobardes, ni para temerosos ni para flojos de piernas». Llamamiento con tonos épicos a «la buena gente» de Cataluña, asegurando que «se dejará la piel» en la misión que asume: concluir el proceso de desconexión con España para desembocar en la futura república catalana. Es la tarea que ha asumido Carles Puigdemont tras «el paso al lado» de Artur Mas. Tarea nada fácil, con todo el aparato legal del estado español advirtiendo de intervenir al menor viso de ilegalidad; con la propia legalidad del estatuto de autonomía de Cataluña en contra, al exigir una mayoría de dos tercios de la que no dispone para llevar a cabo medidas como las que se pretende; y con una UE perpleja pero poco dispuesta a admitir experimentos de esta naturaleza, dado el efecto de contagio que podría registrarse. No obstante, Carles Puigdemont aseguraba en el Parlament que no situaría a las instituciones catalanas fuera de la ley, aseveración harto difícil de mantener si trata de cumplir la hoja de ruta de la desconexión.
Ante la persistencia de la CUP en su rechazo a la investidura de Mas todos apuntaban a las elecciones anticipadas e incluso la exdiputada Pilar Rahola señaló en LA VANGUARDIA que la CUP estaba teledirigida por el CNI (Centro Nacional de Inteligencia). Memeces aparte, lo que no ha quedado suficientemente aclarado es el cambio producido en la formación anticapitalista que a pesar del rechazo sostenido en NO mayor ha terminado apoyando a un candidato que ni estaba ni se le esperaba y al que cederá dos parlamentario para asegurar la mayoría en los asuntos vitales en el proceso de independencia (un tamayazo en diferido). A falta de una mejor explicación, parece evidente que la dirección de la CUP ha retorcido las decisiones de sus asambleas (memorable empate de 1.515) hasta el acuerdo en el que han hecho autocrítica de sus «errores», al alargar el proceso de negociación, y proceder al cambio de representantes que podrían hacer peligrar el acuerdo. Para compensar, se han jactado de haber enviado «a la papelera de la historia» a Mas y a varios de sus allegados. Todo apunta a que detrás
de estas decisiones estaría el peligro de una nueva cita electoral en la que JxS y la CUP se verían muy perjudicados, por el espectáculo dado a la ciudadanía y ese riesgo habría sido el pegamento ultrarrápido que ha cerrado el acuerdo.
Sin embargo, el proceso hasta la independencia está tasado en una duración de 18 meses que desembocará en unas elecciones constituyentes y en la creación de la república de Cataluña. Nada se sabe de la naturaleza de este posible nuevo estado (federal, con derecho de autodeterminación, presidencialista etc…) y que pasaría si los ciudadanos lo rechazan o no alcanza el 50% del censo electoral, como ya ocurrió con el actual estatuto de autonomía (en buena praxis democrática no debería haber entrado en vigor). Y, por supuesto, qué decir de asuntos más cotidianos y que afectan a la ciudadanía de forma directa: el pago de impuestos, la Seguridad Social o el cobro de las pensiones.
El paso dado por Artur el astuto ha sido «al lado», que no atrás o a su domicilio. Espera, y no en la sombra, a ver el transcurrir de los acontecimientos: si el proceso termina bien, buena parte del mérito será suyo y estará en la mejor de las condiciones de ser el primer presidente de la república de Cataluña; si va mal, aquí está él para conducir de nuevo al pueblo de Cataluña a la meta prometida que otros no han sido capaces de conseguir. Pretende, al igual que Sarkozy en Francia, volver como solución a un problema que, en buena parte, él ha exacerbado. Con Mas o sin Mas la cuestión catalana sigue gravitando sobre la estabilidad e integridad de España y esta vez «va en serio». Hará falta algo más que la «conllevanza» que propugnaba Ortega y Gasset para que el Estado y la Generalitat no cometan torpezas irreparables que todos tendríamos que lamentar.