Dalí siempre estuvo de jubileo consigo mismo

Cuando Dalí ingresa formalmente en el grupo surrealista estalló de júbilo. Se puso gritón, pontifical y ridículo a la hora de hacerles la pelota a los santones –especialmente a Breton- para que comenzase la primera etapa de su sacralización como descubridor del método paranoico (lo tuvo fácil pues sólo tuvo que mirarse al espejo).

Incluso le dejan colaborar en el periódico del movimiento, “La Revolución Surrealista”, cuya última edición salió a la luz el 15 de diciembre de 1929. En esos momentos, Dalí, ya un afamado y endiosado artista –no tanto como fue después-, le había dado la espalda a cualquier veleidad de tinte izquierdista o revolucionaria –un caso excepcional en esa época-, para intrincarse por unos vericuetos más prácticos y rentables.

No obstante, en 1933 se le ocurrió la idea de pintar a Lenin bajo unas configuraciones que los comunistas consideraron, además de extrañas, hasta ofensivas, sobre todo el inmenso cuadro, “El enigma de Guillermo Tell”, que mostraba al líder soviético sin pantalones y con una nalga sumamente alargada que descansaba sobre una muleta. En verdad, que algo de mala leche sí que había.

Ese mismo año empezaron a sospechar que el bueno de Salvador admiraba al nazismo y a Hitler. Tal es así que fue convocado ante los otros surrealistas por dicha causa, a los que expuso con total desparpajo y bajándose los calzones, que ese interés era fruto de su condición de surrealista (me es imposible imaginar y admitir que un pretexto de tal guisa pudiese servir para justificar unas inclinaciones brutales y criminales).

Sin embargo, no llegó a ser expulsado (no por falta de ganas), incluso en 1935 firmó un manifiesto junto a Breton y Eduard, declarando la ruptura del frente surrealista con el Partido Comunista (en fin, le vino como anillo al dedo).

Finalmente, sucedió lo inevitable cuando a partir de los años cuarenta se produjo lo que era de esperar, su separación de todos los componentes del movimiento, al considerársele un traidor franquista, lo que era tan cierto como el primer millón de dólares que se embolsó jugando a ser un payaso patético y mediocre.

Gregorio Vigil-Escalera

De las Asociaciones Internacional y Española de Críticos de Arte (AICA/AECA)