Cuéntame cómo pasó
Recientemente, por aquello del ahorro energético, me han cambiado las ventanas de mi casa por otras nuevas. Al desmontarlas, los operarios descubrieron que los pájaros habían anidado en dos de los mecanismos desechados. Allí estaban sus nidos, ocultos en los tambores que despliegan las persianas, urdidos con pajas y barro, a salvo de las inclemencias naturales y de los depredadores del lugar. En su huida, los animalitos habían abandonado los huevos de su última puesta. Observé con mucha atención el hallazgo, pero fui incapaz de explicarme por dónde entraban y salían las aves de su refugio. Algún hueco habría en el tinglado derruido, digo yo, pero tan pequeño y estrecho que me resultaba inverosímil que se colaran por él. A pesar de los interrogantes, allí medraban los intrusos, perfectamente instalados, conviviendo con todos nosotros.
Tal aparición, tan sorprendente como inesperada, me pareció similar al descubrimiento de miles de mangantes arraigados en las estructuras cívicas, sociales, económicas y administrativas del país donde habitamos. Los pajarracos corruptos, aquellos que se apoderan de lo ajeno o defraudan al Estado, aprovechan cualquier resquicio del sistema para penetrarlo y afincarse en su entramado. Una vez dentro, camuflados en las sombras, guardan el botín conseguido fuera. Vuelan libremente y regresan a su madriguera cuando la ocasión lo requiere. Así crecen y progresan. Nos acompañan cada día, forman parte del bullicio que nos rodea y solo reparamos en ellos cuando la policía y los jueces encuentran alguna pista de su guarida.
Los actores protagonistas de Cuéntame acaban de incorporarse al desfile de convocados, investigados y procesados que circula por los tribunales patrios. Les confieso que soy un adicto a la serie, de modo y manera que los Alcántara se han convertido para mí en personajes próximos y familiares. Todos ellos transcurren por vericuetos cotidianos que conocemos muy bien millones de españoles. Mucho me temo que las actividades privadas de los cómicos que interpretan al matrimonio Alcántara le hagan más daño a la saga que los argumentos tremendistas ideados por sus creadores. La realidad supera siempre a la ficción: las supuestas cuentas en Panamá de Imanol Arias pueden convertir en una broma los chanchullos de Antoñito y Don Pablo en Construcciones Nueva York. La mancha de descrédito lo embadurna todo. No hay sector cívico que quede limpio de tanta porquería miserable. A poco que se escarbe en nuestro tejido socioeconómico, aparecen los delincuentes que se quedan con el dinero público, que explotan la posición que ocupan para enriquecerse o defraudan lo que pueden al Fisco.
En ese puchero maloliente se cuecen deportistas profesionales, artistas y cantantes de élite, políticos de todo pelaje, sindicalistas aprovechados, banqueros y financieros, administradores del bien común y alguno de nuestros vecinos. Cuando acabamos de digerir las últimas de las corruptelas conocidas, se descubren otra y otra más, como si la coyuntura por la que atravesamos fuera un mal inevitable e infinito. No basta con abrir las ventanas para que entre en España aire limpio y fresco, hay que cambiarlas y regenerar sus malogrados anclajes. Se comprobará entonces que los malhechores han construido sus nidos en cualquier rincón.