¿Cuándo vamos a acabar con el arte? ¿En la próxima guerra?

¿Hay que sofocar la voz del arte para que no se sepa la verdad? El mejor ejemplo lo ha dado Hitler, que estaba convencido de ello y de su exterminio, pues lo consideraba un producto degenerado impropio de la raza y cultura arias.

Por eso, cuando estalla la guerra, a los artistas europeos se les persigue, se les acosa, vigila y hasta se les prohíbe trabajar. Algunos mueren del espanto, otros se refugian en el campo, muchos forman parte de un éxodo e incluso los hay que son asesinados como el holandés Werkmann.

Y luego están los innumerables que se quedan en sus países durante la ocupación, prácticamente aislados y en soledad, prosiguiendo con su obra durante las noches y en silencio, corriendo el riesgo de ser detenidos y enviados a la muerte. Nolde con sus imágenes no pintadas, Schlemmer con sus imágenes desde la ventana, lo hacían a escondidas, en sigilo, como muchos otros.

Estos autores sabían que no sólo era una cuestión de supervivencia y resistencia, sino de una profunda convicción en el mensaje de libertad, creatividad, verdad y patrimonio para la humanidad que el arte constituía. Picasso fue más brutal pero menos sincero en su declaración: “el arte no ha sido inventado para decorar. Es un arma de ataque y de defensa contra el enemigo”.

De lo que no merece la pena hablar es de los que cobardemente se comprometieron con los genocidas y colaboraron con ellos. No ha lugar a ningún pretexto y confusión que les permita escapar y desaparecer de la recuperación de la memoria de esos tiempos. Y así tiene que ser.

Gregorio Vigil-Escalera

De las Asociaciones Internacional y Española de Críticos de Arte (AICA/AECA)