CRECIMIENTO INSÓLITO DE «PODEMOS»
A pesar del revuelo y desconcierto provocado por una abdicación poco clara y a la carrera, y una proclamación de tapadillo, junto a la tan interminable como tediosa crisis del PSOE, el asombro por el insólito e irresistible crecimiento de «Podemos» no se disipa. Es más, algunas encuestas auguran resultados espectaculares para las próximas elecciones legislativas, colocando a «Podemos» como tercera fuerza política del país, nada menos que con casi 60 diputados.
Dejándo los futuribles para fechas más cercanas a su materialización, el éxito de los continuadores de las protestas del 15-M, que se han prolongado con «mareas» de variado color, ha recibido todo tipo de descalificaciones, tratando de poner sobre aviso a la ciudadanía ante unos radicales izquierdistas, imbuidos de las peores intenciones para la estabilidad social.
El funcionamiento asambleario del novedoso movimiento ha hecho recaer sobre sus espaldas la etiqueta de «anarquista». Nada más lejos de la realidad: desde sus inicios ha funcionado con un grupo directivo nucleado en torno a un líder carismático (Pablo Iglesias) que se mueve como pez en el agua en los medios de comunicación (especialmente la TV) y las redes sociales, y todo parece indicar que, a pesar de las múltiples asambleas, el «equipo técnico» de P.Iglesias dirigirá los pasos de «Podemos» hasta su congreso constituyente, como mínimo. Otra de las descalificaciones más utilizadas es la de estar imbuidos por el chavismo bolivariano, un disparate ideológico que se inspira en el caudillismo de un nacionalista-conservador (Simón Bolívar y Ponte) que en sus últimos años lamentaba haberse levantado contra la metrópoli y cuya mayor aspiración era el mando perpetuo (hoy, en Venezuela, una alianza político-militar controla la mayor parte de la economía del país, con resultados más que cuestionables).
Dentro de las descalificaciones a granel lanzadas contra «Podemos», resulta curiosa la de trotskismo. No se concreta si esa «influencia» viene del Trotski de 1921, cuando arrasó a sangre y fuego la sublevación de Kronstadt, con el pretexto de que marinos y obreros pretendían la restauración del estado burgués, olvidando que fueron los que llevaron al poder al partido bolchevique, o el partidario de «la revolución permanente», asesinado en México por Ramón Mercader, esbirro de Stalin.
Hasta que en esta exitosa formación no pasen de las palabras a los hechos, habrá que juzgarlos por su programa conocido, con el que se presentaron a las elecciones europeas y con el que han sacudido, hasta los cimientos, el panorama político. Y en ese programa, con algún que otro matiz, no hay un solo punto que no esté contemplado en la actual Constitución, en lo tocante a derechos de los ciudadanos, o quepan en un planteamiento socialdemócrata que respete sus credenciales que se centran, especialmente, en la concepción del Estado de Bienestar. No hay, en modo alguno, un cuestionamiento del sistema y, mucho menos, un llamamiento para la toma del poder mediante acciones coactivas. La tan temida «revolución izquierdista» no aparece por ningún lado. Hay una exigencia de impedir los abusos y desmanes del capitalismo financiero, pero esto no implica una ruptura revolucionaria. No hay planteamientos utópicos, sino exigencias para que los derechos aceptados en la Constitución y en todo sistema democrático que se precie se cumplan, para que dejen de ser utópicos.
En esta sociedad en crisis, cuestionadas hasta la raíz las formas de producción y representación, las amenazas no las constituyen movimientos como «Podemos». En todo caso podrán ser el freno de emergencia para parar la locomotora descontrolada del capitalismo financiero que, obcecado por el Moloch del beneficio a toda costa, está dispuesto a acabar tanto con el equilibrio socioeconómico como ecológico, poniendo en cuestión la propia viabilidad del planeta.