Confesiones de un artista bajo una higuera

Al principio de mi andadura, recién salido de la Facultad, no llegué más que a seguir la línea aparentemente fácil del “naturalismo”. Me explayaba en un territorio que supe acotar aceptablemente y con el que realizar excesos de vez en cuando. Pero mi entorno abominaba de mi hacer, lo consideraba agotado desde hacía décadas y me conminaba abiertamente a introducirme por otros derroteros.

Así es como me topé con la “neofiguración naturalista”, bajo la que puse en práctica nuevos motivos y temáticas, no sir ir subsumiéndola en la “neofiguración” pura y dura y después con la “neofiguración pop” y la “nueva figuración, hasta culminar en una “neofiguración surrealista”.

Sin embargo, me sentía atrapado en unos patrones plásticos que no satisfacían por entero mi caudal creativo, se quedaban en meros topónimos en un mapa sin demarcaciones que conquistar ni luces que alcanzar.

Entonces consulté, investigué, experimenté y decidí engancharme al “pop”, ensanchando formatos, cambiando las superficies, sumando más trastos, compaginando pintura acrílica y collages, fotografía y serigrafía. La muestra que la galería llevó a cabo no obtuvo resultados determinantes y la crítica se cebó en que la proyección y la retroproyección tenían pasado pero no futuro. En definitiva, estaba como al principio; las dudas me sumían en la angustia y la angustia acarreaba más dudas.

Me dio, a partir de ese momento, por la realización de ensayos dentro de un marco expresionista, tanteando su vertiente indigenista o ya pasándome a la tendencia neoexpresionista. Pues ni con esas, ya que el mundillo del arte volvió a las andadas y a atosigarme por considerar que mi obra se había atascado y empezaba a carecer de discurso –término que se emplea con frecuencia para nuestra desgracia de oradores-.

No tuve más remedio que agarrarme a un clavo ardiendo probando con el “realismo fantástico” sin desdeñar su lado crítico puesto que, entre otras cosas, mi habilidad para el dibujo siempre fue insuperable y uno de mis puntos más fuertes. De este modo me basé en un ideario acerca de la vida y símbolos de una sociedad que no tenía más puerta de salida que un horno crematorio. Con lo cual no intentaba ser conciliador sino genio ofensivo y denigrante que paradójicamente espera honra, alabanza y ensalzamiento. Aunque lo importante y esencial era conseguir que mis creaciones fueran susceptibles de muchas lecturas.

Por otro lado, si nada está rotundamente definido lo fundamental era no incurrir en fórmulas decorativas, ornamentales y espectaculares acompañadas de piruetas técnicas. Tenía que centrarme en lo impenetrable e inimitable. Y así, dado que hacía tiempo que titubeaba entre la voz de la conciencia y la de la inconsciencia, me imbuí en lo onírico con resultados muy visibles pero insuficientes, lo que me indujo a sumergirme en el “informalismo”, intentado tomarlo desde una perspectiva inédita y desconocida, cuya disertación derivase hacia un “espacialismo” o incluso un “conceptualismo” de expansiones y visiones ilimitadas y clarividentes.

La verdad es que todo fue inútil, el sermón no se aguantaba sin coro y la plática parecía una ciudad de matriz ajada. Lo que tenía que presentir no se cumplía y mis formas alumbradas no alcanzaban a estar más allá de ellas mismas. A pesar de los perfomances, las instalaciones, las intervenciones y los vídeos, el pathos parecía un travestido y el ethos un transexual.

Por consiguiente, desfallecido, continué en otra dirección, conformándome y adaptándome a la inexistencia actual de grandes relatos (Lyotard). Éste fue motivo por el que me acerqué al “softart”, modalidad a la que no pude captar ni el meollo ni sus propiedades.  Como no podía engañarme con tal tesitura, me convencí que a través de la “abstracción geométrica” o “lírica” daría con la clave de una nueva teología mística que desembocaría en una visión beatífica. No, no fue suficiente, pues mi análisis de soluciones plásticas y estéticas daba lugar a que se produjese su interrelación con otras experiencias que las habían precedido.

El arte, por tanto y en cierto modo, es desesperación ante la carencia de espíritus, fantasmas, mitos que te inspiren, te dominen y te hagan emprender la búsqueda de una realidad que no deje de crear más allá de lo que es posible imaginar (Jean-Luc Nancy). Casi abismado en este trance es como doy con el “cinetismo”, lo cibernético, la clonación y el “neodadaísmo”.  No dejaba de ser todo falso e ilusorio, tan ficticio, irreal y engañoso como el vaciamiento de mi práctica con arreglo al “neomodernismo, el “neoconcretismo” o el “nuevo espacialismo”.

Ya ha transcurrido mucho tiempo y sigo trajinando en el interior de un desierto que actúa como un espejo, por lo que si ha de tratarse de ir pisando un rastro de lo finito destinado a perderse en lo infinito, mi opción es inocularme la sangre de la rata que vive conmigo y que sea ella la que vaya articulando el fin de una leyenda que se transmutará en la mayor fábula del arte del futuro.

Gregorio Vigil-Escalera

De las Asociaciones Internacional y Española de Críticos de Arte (AICA/AECA)