Con tales prisas no veo nada

En ocasiones oigo exclamaciones del tipo “qué obra más excitante e interesante”, “es completamente novedoso”, “¿no te parece insólito?”, y así sucesivamente. Entonces ya se pueden poner a correr y buscar una salida, porque se ha suprimido la contemplación en aras de un falaz orgasmo ante una continua e inexistente renovación. Tanta aceleración, que no deja de ser un constante reclamo comercial y mercantil, condiciona el presente del arte, como si con ello fuese a perder el hilo del avance tecnológico, la eficacia de su supuesta velocidad, así como el ansia de una consumición desmedida.

En todo ello hay mucho de esnobismo y extravagancia, lo que hace mella en los artistas, a los cuales el fenómeno de la invención permanente por sí misma les hace olvidar la disposición última que preside su propia creación. Y es que el exceso teorético no para de confundirles, pues al final no saben si han de atenerse a aquello de que la innovación en las formas precede siempre a las revoluciones que más tarde se manifestarán en otros niveles culturales y sociales –con lo que tienen ganada la inmortalidad-.

O el que para conseguir que el arte represente más estética y sagazmente nuestro tiempo, haya de expresarse, en total aislamiento, a sí mismo, en el dolor o en el gozo, más profundamente, más plenamente. Puesto que ni el medio, ni el país ni el clima lo explican por sí solos –una tesis tan válida como su contraria-. 

En fin, un grado de escepticismo artístico logrará que como espectadores –a la denominación de consumidores no le veo la gracia- nos sintamos liberados de tanta petulancia y pomposidad y acudamos más y mejor a nuestro sensibilidad y pathos.

Gregorio Vigil-Escalera

De las Asociaciones Internacional y Española de Críticos de Arte (AICA/AECA)