¿Cómo vamos a pagarlo? Las lismosnas no nos llegan
Hace unos años un amigo nos prestó su fastuosa mansión para organizar una divertida velada. Nada más entrar lo primero que buscamos fueron unas buenas cervezas frías. Pero nuestra frustración llegó al límite cuando nos encontramos con que el frigorífico estaba averiado, lo que era inconcebible en una residencia tan lujosa y rebosante.
A pesar de todo no nos quedamos quietos y empezamos a buscar un recipiente lo suficientemente grande para colocar el hielo y las botellas. Lo malo era que el que más útil con el que dimos, una especie de bañera, estaba sucio y abarrotado de mantequilla y trozos de fieltro, por lo que no tuvimos más remedio que dejarlo absolutamente limpio. Y así, finalmente, conseguimos que todo acabase en un completo éxito.
Lo peor sucedió al día siguiente en el momento de que el propietario de la casa se dio cuenta de lo que había pasado. Nos acusó, infelices de nosotros, de la destrucción intolerable (sic) de su patrimonio artístico porque se trataba de una obra del gran artista alemán Joseph Beuys, y, por lo tanto, estábamos obligados a indemnizarle con ciento sesenta y cinco mil marcos. La verdad es que ignorábamos que la mantequilla alcanzase unos precios tan prohibitivos.
En fin, que todavía estamos pensando cómo pagar por esta supuesta barbarie cometida y todo por no habernos enterado – ¡qué ignorancia más supina! – de que estábamos ante una creación “capital” del arte contemporáneo. Menos mal que las cervezas llegaron al grado de frialdad adecuado para lo caras que nos han salido.
Gregorio Vigil-Escalera
De las Asociaciones Internacional y Española de Críticos de Arte (AICA/AECA)