CHÁVEZ: EL FINAL DE UN SUEÑO Por Teófilo Ruiz

Lo que sus enemigos políticos no consiguieron, ni con un golpe de Estado, lo ha logrado ese adversario inmisericorde que es el cáncer. La desaparición de Hugo Chávez es algo más que la muerte de un dirigente político de gran predicamento. Es la desaparición de símbolo para un amplio sector de la población venezolana y de buena parte de América Latina.

Chávez engrosa, con protagonismo destacado, la lista de caudillos, casi todos militares, que intentaron mejorar la situación de las clases populares, en contra de los intereses de las oligarquías nacionales y de las empresas de Estados Unidos: Sandino (Nicaragua), Árbenz (Guatemala),Velasco (Perú),Torres (Bolivia).El desaparecido dirigente venezolano albergaba además una estrategia política ambiciosa: lo que él entendía como la realización del sueño de Simón Bolívar, centrada en la idea de unir a una parte importante de países de América del Sur. A esta visión continental, Chávez sumaba su concepto de «socialismo del siglo XXI»: una extraña mezcla entre la mejora de la situación de las clases menos favorecidas, el apoyo ―vía precios reducidos del petróleo― a países amigos como Cuba o Nicaragua, el mantenimiento de la economía de mercado, una importante implicación de las Fuerzas Armadas en el control del proceso productivo, una fraseología antiimperialista que no ha impedido profundas relaciones comerciales con USA y una religiosidad cercana a la de los telepredicadores.

Chávez confió en el poder que le daba la inmensa riqueza petrolera de Venezuela para poner en marcha su sueño bolivariano, sin llevar a la práctica ― más allá de la retórica― planes para potenciar la economía de su país y superar el «monocultivo» del petróleo. Con independencia de discrepancias ideológicas, la cruda realidad es que la situación socioeconómica a la que se enfrentan los venezolanos es, como mínimo, preocupante: se acaba de concretar una brutal devaluación de la moneda, con el consiguiente empobrecimiento general, a pesar de los altos precios que marcan los mercados internacionales para el crudo; la inseguridad, especialmente en Caracas, es de las más altas del mundo; y la división entre partidarios y detractores roza el enfrentamiento físico.

Buena parte de los medios occidentales han presentado a Chávez como un dirigente histriónico y autoritario, cercano al clásico dictador latinoamericano y con «amigos» tan poco recomendables como los dirigentes de Cuba, Irán o Siria; además de perseguir a los medios de comunicación críticos con su forma de gobernar. No obstante, el desaparecido dirigente ha sido el caudillo que más y mejor ha conectado con los menos favorecidos no solo de Venezuela, sino de buena parte de América Latina, y ha derrotado sin matices en las urnas a todos sus contrincantes. Su figura, junto a la de Bolívar y el Che, desde pancartas a camisetas, es todo un símbolo tan emblemático como confuso: Bolívar, criticado de forma feroz por K.Marx («Bolívar y Ponte») tuvo el sueño de una Confederación Sudamericana y una presidencia vitalicia que no llegó a concretarse por la progresiva desintegración de su proyecto y la división entre sus filas; el Che, decepcionado por el rumbo de la Revolución en Cuba, buscó extender la lucha contra la injusticia y el imperialismo desde la selva boliviana y lo único que consiguió (abandonado por casi todos) fue hacer de su figura guerrillera un mito de consumo del sistema que quería combatir; Chávez siguió la trayectoria de varios oficiales del ejército de Venezuela, concienciados por la lucha contra la guerrilla en los frentes de Lara y Falcón, y protagonizó una fracasada insurrección (1992) de militares nacionalistas, hastiados de la corrupción del gobierno de Carlos Andrés Pérez. Su propuesta populista caló hondo entre los sectores más desprotegidos de Venezuela, que le llevaron sin solución de continuidad a triunfar en todas las citas electorales, pero su «socialismo del siglo XXI», ayuno de cualquier planteamiento teórico, en poco ha sobrepasado la nacionalización de algunos sectores productivos y el empleo de la subvención para partidarios y amigos.

Aunque un personaje tan singular como un caudillo con el carisma de Chávez no tiene herederos, él también quiso dejarlo «atado y bien atado», pero estos asuntos no suelen terminar como el impulsor de la idea pretende. Ya es difícil entender el pasado y predecir el futuro puede ser tan erróneo como inútil. No obstante, parece claro que el hueco dejado en su país e, incluso, en la escena geopolítica mundial por Hugo Chávez no va a ser ocupado por nadie.